Celebrar la Navidad
Estoy atiborrada de medallones de rape, de ensaladas templadas, de amigos invisibles. Mi estómago es un árbol de Navidad lleno de celebraciones. El viernes con las socias, el sábado con la pandilla, el domingo con los negros del gospel.
Mi amiga invisible me regaló una caja con forma de huevo y dentro un tanga de Papá Noel. Yo me puse las cáscaras de huevo en las tetas y el tanga en el cuello para empezar con unas risas. No hay duda de que el amor existe, me lo demuestran mis clientes varones a cada paso: uno de ellos aparcó en plena acera para comprarle un “rasca” a su esposa. Nunca me habían comprado de esa forma, aparcando en la acera a pesar de la multa, porque llovía a cántaros y el viento parecía que iba a tirarme el kiosko, pero la voluntad de aquel hombre por adquirir el “rasca” para su amada me conmovió. Otro de ochenta años largos me cuenta cómo le gusta ver a su mujer desnudarse por la noche y que eso le llena de deseo, le gustan sus carnes conocidas, le resulta sensual el gesto de ella colocando su ropa en la silla antes de meterse en la cama.
Su cuñado Pepe era tan “picaflor” como él, pero fue capaz de ponerle a su casa el nombre de “Ojos de Gata”, que así decía que los tenía su última mujer. Suena la canción de Sabina: “Y nos dieron las diez, las once y la una y las dos y despiertos hasta el amanecer nos encontró la luna...”, yo con un hombre así me derrito, ¡ay, no sé quién me gusta más, si Pepe o Sabina, porque la idea de los “Ojos de Gata” es de Sabina, pero eso de poner una casa a nombre de tus ojos, me derrito, vaya!
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