CAMIONEROS



Cuando voy conduciendo por la autopista me vienen pensamientos asesinos de querer matar a algunos  camioneros (me imagino que los que me encuentro son hombres, pero, claro, también habrá mujeres). Me gustaría bajarme del coche y parar en medio del asfalto, poner mi dedo corazón enhiesto, con un gesto brusco y gritar:
  • Cabrónnnnnn
  • Cabrónnnnnn
Algunos camioneros se pegan al culo de mi coche, como a punto de zarandearme, para que me espabile y acelere mi velocidad, que es la misma que la de ellos, y por eso me instigan para que vaya más rápido, pero yo sigo erre que erre con mis 90 por hora, pensando en rodear la rotonda para ir hasta la playa y pisar la arena, descalzarme y sentir el masaje que el oleaje azota sobre mis pies.
A algunos camioneros no les da por pensar en el anhelo que esconde la mirada de una mujer, cuando la tranquilidad de conducir despacio la ayuda a comunicarse con el paisaje, sintiendo el sol en la piel, y el canto de las aves como un inmenso concierto, que acapara en sus oídos la nostalgia de una nana cantada por su madre cuando era una bebé, y le contaba cuentos y leyendas en las noches de invierno, mientras las manos avivaban el fuego de la chimenea, la llama roja encendida.
Algunos camioneros ven su futuro negro, porque no pueden ir a más de 100 por hora. Piensan en su familia, y beben de la botella misteriosa, aquella que les regaló la anciana de la curva, que no paraba de reír cuando les hizo recordar otros tiempos, aquellos en que eran hombres lobo, incapaces de amar a las caperucitas porque ellas eran el futuro…

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