Lanzarote


Ya vine de mis vacaciones. Dije que me iba sola y la expresión no era del todo cierta. Me iba sola de amig@s, hija, madre, parientes, me iba en busca de la aventura que significa encontrarme con lo desconocido, con lo nuevo. Y mi sorpresa no pudo ser más agradable. He pasado unos días maravillosos acompañada de nuevos amigos, de gente valiente y hermosa que enfrenta sus dificultades físicas o intelectuales con todo el coraje que es necesario para ello. Nunca había tenido esta experiencia. Ya el año pasado quise hacerlo, pero no "me lo permití", este año me di permiso para ser feliz al lado de mis iguales, de personas con movilidad reducida, en sillas de ruedas, con bastones, muletas, con caminar lento, con decir lento, con escucha lenta, personas que no tienen prisa para ser felices, porque la verdad es que la felicidad nos llegaba en todo momento, ya que estábamos dispuestos a acogerla con los brazos abiertos. Se creó un ambiente de grupo muy bien integrado, a veces en pequeños subgrupos, pero siempre coordinados para interactuar unos con otros y disfrutar de las vacaciones como Dios manda.
Me fui con COCEMFE, una asociación de minusválidos que nos facilitan los viajes a personas con discapacidad. Había gente de toda España, de Madrid, de Asturias, del País Vasco, de Segovia, de León, de Cataluña, etc. Lo mejor de todo es que desde que llegué al aeropuerto apenas tuve que hacerme cargo de la maleta (eso me creaba cierta angustia, pues creía que me costaría moverla para un lado y para otro, a pesar de que había comprado una nueva con cuatro ruedas para poder manejarla mejor), pero los monitores que nos acompañaban -divinos los tres, dos chicos y una chica- se encargaron de todo y buscaron a los chaquetas amarillas para que nos llevaran en sillas de ruedas hasta la mismisima puerta del avión sólo portando la tarjeta de embarque.
En la habitación me tocó de compañera una chica con discapacidad auditiva, lo único que tuve que hacer para entenderme con ella fue hablarle siempre de frente, porque era lista como una ardilla y se enteraba de todo. Congeniamos de maravilla desde el primer día. Cuando íbamos al comedor del hotel nos sentábamos juntas en distintas mesas para tratar de conocer a todos los del grupo, y cada día nos encantaba compartir con unos y con otros. Siempre hay personas que te caen mejor, con las que tienes más afinidades, otras con las que discutes por temas con los que no estás de acuerdo, pero en general no da tiempo a demasiadas discrepancias, ya que hay mucho que ver, que disfrutar, que descubrir.
Para mí fue fascinante encontrarme con mis iguales, en el sentido de que son personas que encuentran barreras en la vida ordinaria, pero allí se les allanaba el camino, se les facilitaba la comunicación. La mitad eran discapacitados y la otra mitad acompañantes, excepto mi compi de habitación que íbamos solas. Uno de los monitores explicó que la labor de los monitores era servir de respiro y de apoyo a los acompañantes, ya que estas personas suelen pasar todo el año ayudando a la persona con discapacidad y a veces no tienen ni un pequeño descanso. Es curioso que en ese caso mi compañera de habitación y yo estuvimos todo el año cuidando de nuestras madres en casa, tal vez por eso nuestras vacaciones parecían las vacaciones de las cuidadoras.
He tratado con personas que padecían hemiplejias, paraplejias, esclerosis múltiple, daño cerebral, sordera, fibromialgia, etc, pero todos teníamos ganas de descansar y divertirnos a pesar de nuestras dolencias. Hicimos excursiones, montaron en camello -yo no-, nos reímos, brindamos, cantamos, se bañaron en la piscina por la noche como una travesura divertida, vestidos o en ropa interior, contemplamos extasiados el paisaje volcánico, admiramos la obra de César Manrique (yo me traería para mí la piscina de su casa, ¡qué maravilla!) y todo el tiempo disfruté de bañarme en la playa en las aguas cristalinas, con poco viento -dicen que lo peor de Lanzarote es el viento, pero a nosotros no quiso tocarnos ni un pelo- y me cubrí con la arena negra mi piel para quitármela con el agua salada. Comí como si tuviera hambre atrasada, porque todo lo del buffet me apetecía y no daba abasto para probar cosas nuevas que cocinaban cada día. En el desayuno me daba unos banquetazos que ya me hubieran servido para todo el día, pero al mediodía ya me estaban tentado con delicias nuevas. Por la noche nos vestíamos de gala, como si fuéramos a una boda, a casarnos con el júbilo, con el entusiasmo, con las ganas de vivir, y allí estaban los de las muletas, los de las sillas de ruedas bailando al ritmo que fuera, con la sonrisa en los labios y la jota en el cuerpo.
Los monitores nos dieron facilidades para que todo sucediera con armonía, para facilitarnos el camino si en algún momento era escarpado, hicieron ejercicios de risoterapia, nos iban a buscar en sillas de ruedas si estábamos cansad@s. Mi compi me ayudaba a entrar y salir del agua cuando me bañaba en la playa. ¡Si es que no puedo pedirle más a la vida de tan feliz que soy!
En el aeropuerto de Madrid me esperaban unos amigos entrañables de Madrid y pasé unos días relajados en su casa.
Cuando pedí un taxi para volver en ALSA a Asturias el taxista que vino a buscarme -sin yo pedirlo- tenía un taxi adaptado para silla de ruedas. Le pregunté al taxista que cómo se las ingeniaría una persona con discapacidad para llevar su maleta hasta la dársena donde están aparcados los autobuses y el taxista ni corto ni perezoso se las ingenió para llevarme casi a los brazos del chófer del bus que me llevaba a Gijón. Mi maleta quedó en el maletero tres cuartos de hora antes de que partiéramos.
Creo que este año mi ángel de la guarda está trabajando horas extras. No se puede tener más suerte, claro que me creo que me la merezco porque creo en la Ley de Atracción y lo del Secreto es mi lema para este año, y para el que viene, y el otro, y el otro.
Me acordé de él todo el tiempo, pero cada vez un poquito menos, fueron seis veranos disfrutando de sus afectos. Poco a poco se irá como el mar borra las huellas en la arena...

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