La tía Daniela




Me encantaba agarrarme a su muslo mientras conducía y discutir con él si era lícito llevar gafas de sol en los túneles o adelantar a los camiones mientras los atravesabas.
Me dejó un remate de escayola falso y mal acabado. Me dejó sus borracheras de Nochevieja, donde yo me quedaba siempre sola con las uvas que sobraban.
Me dejó en la boca un sabor a besos de Ranón, donde el miedo a volar le hacía besar como el príncipe que se salió de rana para convertirme en princesa.
Podría parecer que me dejó cuando le propuse la revolución: que dejara de tomar la droga legal, pero no lo hizo, ya que hasta ahora lo llevo conmigo todo el rato y vive más en mí que cuando tocaba su carne prieta. Me dijo que para ello necesitaba hacerlo con una mujer a la que quisiera menos que a mí.
Los hombres son muy extraños cuando vienen de ser sapos.
Se marchó con la disculpa de que tenía que colocar en su casa el Belén que había dejado para que se lo custodiara en mi trastero. La disculpa es que le corría prisa encontrarse con una farmacéutica más fea que yo, pero con las tetas más tiesas.
No voy a negar que durante un tiempo -a ratos- me hizo la mujer más feliz del mundo, pero él, al correr por sus venas la sangre de Peter Pan, no era capaz de atisbar que la fase de enamoramiento pasa y que cuando eso ocurre se convierte en AMOR VERDADERO.

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