EN VERANO



En verano duermo con la ventana abierta porque me gusta escuchar el ruido de la calle, los coches chocando a golpe de vaivén con el asfalto, la gente que pasea a los perros, las voces encendidas de alguna reyerta, los perros atados que ladran, los veraneantes que presumen de visitar tal o cual ciudad, mientras se dirigen al hotel que hay debajo de mi casa, la juventud dicharachera que recorre el camino hacia el merendero.
En verano me gusta mostrar la desnudez de mis brazos y de mis hombros, soltar la melena, cambiarme cada día de pendientes y airear mis piernas vistiendo vestidos o faldas.
En verano no tengo frío y mi alma está cálida y cercana. Saludo a la gente con besos y sonrisas y preparo mermelada de frambuesa para mi niña.
En verano siempre me enamoro, aunque este verano no toca y me hace ilusión no tener que usar paraguas -son meros objetos de decoración en mi paragüero de forja- y subo (con el mismo entusiasmo que el albañil trepa por los andamios) los catorce escalones que hay hasta la azotea para tender la ropa, a pesar de que esto me provoca el tener que acostarme del cansancio y del esfuerzo.
En verano me gustaría celebrar todas las fiestas, aunque a veces me quedo en casa como si fuera invierno y como si tuviera chimenea para encender el fuego e iluminarme de ideas extraordinarias.
En verano puedo conducir sin miedo al viento y bailar las canciones que escucho por la radio moviendo los hombros, mientras manejo el volante del carro.

En verano echo de menos el canto de las cigarras desde mi cama, que escuchaba en Málaga con la ventana abierta…

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