EL ÄRBOL DE NAVIDAD



Bajé a buscar el árbol de Navidad y sus adornos al garaje de mi casa. Me lo pensé mucho antes de decidirme a ponerlo. Subí las cajas y las coloqué en el pasillo, para hacerlas esperar un día en que me decidiera a sacarlas de su reposo anual. Temía que al descubrirlas de su escondite apareciera una araña gigante que se hubiera alimentado todo el año de luces de colores, de guirnaldas de ilusiones, de recuerdos de infancia. Pero la araña se había ido a otro país en un vuelo rápido de olvido que encontró en una oferta fantástica y que no le supuso un gran desembolso para su bolsillo. Desempaqueté los recuerdos de todas las Navidades, algún adorno que conservo  todavía del árbol de la casa de mi madre y me puse a recordar cómo ella nos ponía un árbol que a mi siempre me pareció horroroso, pero que ahora recuerdo con mucho cariño, con todo el empeño que ella ponía en alegrarnos aquellas fiestas. Me acompaño de la música de Manolo García y las letras me van inspirando para colocar cada pieza en las ramas del árbol. Es el puente de la Constitución y no me apetece salir de casa, miro por la ventana y llueve y sale el sol, el día es disparatado, mi gato y mi gata me acompañan. Me llegan los recuerdos y me pregunto por qué quiero poner el árbol de Navidad si estoy sola y no hay niños en mi casa. Creo que quiero mimar a mi niña interior, esa que vive todo el año conmigo y que tiene ilusiones, a pesar de los contratiempos y las dificultades. Creo que , aunque no soy católica, la Navidad es un momento para renovar las ilusiones, para creer que los sueños se te pueden hacer realidad, para celebrar encuentros en familia, para alumbrar de luces de colores tus proyectos. Las religiones han “robado” a algunas costumbres paganas, de antaño, que siempre fueron así sus gestos de celebrar un cambio de estación nuevo. Y puedo rememorar mi casa llena de gente, cuando venían las niñas rusas, cuando acogíamos a familiares y amigos, cuando yo recortaba cartulinas en forma de palomas o de estrellas o de ángeles para colgarlas del árbol. Y aquella vez que la niña tan chiquita no acababa de dormirse y Los Reyes Magos estaban colocando los regalos y la niña Cecilia nos gritaba desde la habitación que se estaba enterando de todo y yo con unos nervios en el estómago temiendo que se levantara y descubriera a los camellos bebiendo agua del caldero o a los Reyes Magos tomando la copa-balón de coñac. ¡Ay qué nervios!
He decidido sacar el árbol de Navidad empujada por el entusiasmo que pone mi tía Marta en adornar su casa en estas fechas, por la laboriosidad que ella entrega al llenar sus paredes de adviento.
Y porque mi hija viene a verme desde lejos y esa es una manera de recibirla, de recordar cuando hacía un belén de pinypones con sus manos pequeñitas, colocando cada muñeco en el pesebre, con aquellos pastores de juguete y su manera generosa de compartir sus cosas con otros niños y niñas…

Qué culpa tengo de que seas tan loca,
Un hombre cabal he sido
Hasta que besé tu boca.
Un alma de papel es lo que necesito.
Sólo he querido de ti
Lo que me diste cuando nada pedí…


Suena la música de Manolo García.

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