ERAMOS TRES HERMANAS


Mientras nadaba, me estaba preguntando qué era aquello de la eternidad, que yo ya pensaba desde niña. Este pensamiento repetitivo me causaba angustia y aburrimiento. Yo creía que la eternidad era aburrida, que era siempre hacer lo mismo, que Sísifo representaba ese volver y volver a la misma piedra, a tropezar y a volver a escalar sin aprender nada, sin mirar con ilusión. Como estaba nadando me daba la risa tonta que me hacía pararme entre largo y largo de brazos y de piernas. Esto me venía a cuento porque me acabo de estrenar como jubilada, que es más bien prejubilada, ya que no estoy en edad de jubilación de hecho, pero sí de derecho. Estoy estrenando eternidad jubilosa, descubriendo libertad para moverme de derecho, ya que de hecho ando algo limitada por mis carencias físicas. Bueno, pues iba con mi eternidad a cuestas y quedé con dos amigas para ir al teatro y vimos una obra en la que tres hermanas explicaban su propia eternidad volviendo a su pasado como en una ensoñación, mirando la nebulosa de lo que pudo ser y no fue o de lo que amaron y ahora veneran porque está tintado con la interpretación del recuerdo subjetivo siempre. Las actrices son veteranas, yo a la que más conozco es a Julieta Serrano. A Mariana Cordero y a Mamen Garcia no las reconocía por el nombre, sí por haberlas visto alguna vez en televisión.

Salimos del teatro, todavía imbuidas de esa nebulosa donde te suele atrapar el mundo de lo onírico y nos dispusimos a dar cuenta de una cena gratificante en el Café Dindurra. Al poco tiempo las actrices se sentaron en la mesa de al lado y Mamen García se acercó a nosotras y nos preguntó que si estaba rico lo que cenábamos. Nos sentimos muy halagadas con el hecho de que una de las actrices nos pidiera consejo (las otras dos miraban y hablaban entre ellas, pero no se dirigieron a nosotras) y comenzamos a contarle de qué se trataba lo mejor del menú. No es que supiéramos mucho, pero se lo contamos como si cenáramos allí todos los días. Esta mujer resultó de lo más simpático, nos dijo que tenían que alimentarse bien, porque eran mayores y gastaban mucha energía en la obra haciendo de jóvenes y que en unas horas ella se iba en un bus para Valencia a cantar ópera. Creo que estaba poseída realmente por la eternidad. Le dije que mi hija trabajaba en La Abadía de acomodadora y ella me dijo que no me preocupara, que muchos actores y actrices habían empezado con ese oficio, que es una oportunidad para observar y aprender, para contagiarte del ambiente dramático que te rodea. Tuve ocasión de comprobarlo in situ, al haber sido nuevamente invitada por el teatro en Madrid (es decir, primero me invitaron en Gijón y después en Madrid).
 El teatro de La Abadía es precioso, me sentí rodeada de una atmósfera de recogimiento y silencio en la sala de espera, tomé un té rojo con canela, que me brindaron en el ambigú y vi a mi hija moverse como pez en el agua, pisar las tablas que actores y actrices han recorrido para mostrar su arte. Sus compañeros y compañeras me saludaron con mucho cariño, trataron de hacer mi visita al teatro muy agradable y daba gusto estar en un lugar calentito y confortable, donde la palabra tiene el eco de todo aquello que es arte porque mueve emociones y sentimientos. Las butacas estaban todas ocupadas, a mi lado se sentó una mujer que me contó que era crítica de teatro on line y uno de los actores me preguntó al salir que qué me había parecido la obra. Allí mismo hice fotos de la obra de teatro de estas tres actrices, que remataron su cena con unos postres piramidales, llamativos.
 Nosotras decidimos no tomar postre y casi las miramos con envidia, pero ellas necesitaban cuidar a su niña interior, que había estado jugando a ser mayor en un sueño de eternidad jubilosa.

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