NENE


Nací el primero de mayo -día del trabajo- de una madre negra, callejera y casquivana en el barrio de la Arena de Gijón. Yo era peludito, como de angora, con los colores negro y blanco cubriéndome la piel. Era bonachón y cariñoso, siempre pidiendo mimos y cuidados. Conmigo nacieron otros cuatro hermanos, pero en la casa se quedaron conmigo, porque contrastaba mucho mi carácter con el de mi madre, que era arisca y mal encarada. Yo parecía una pelotita de algodón, suave, aterciopelada, como las que venden en las ferias de azúcar alrededor de un palo. Apetecía comerme y acariciarme porque  yo siempre pedía mimos sin exigirlos demasiado, sólo si me los querían dar.
Cuando tenía un año la familia que me adoptó tuvo que viajar a Barcelona por motivos de trabajo y decidió llevarme con ellos y con mi madre en una cesta para viajar en el tren. Yo no paraba de maullar dentro de la cesta, nueve horas en tren con aquel calor y aquel hombre con acento gallego que nos amenazaba con que si nos mearíamos y llenaríamos de malos olores el vagón del tren. Mi madre y yo estábamos incómodos en aquella cesta, y no sabíamos para dónde íbamos y qué nos esperaba después de tanto tracatrá del tren. 
Llegamos a la casa de unos parientes de nuestra familia y nos dejaron allí, mientras ellos buscaban un piso para alquilar. Yo no paraba de maullar, siempre he sido un gato cantarín, quería contar todo lo que me pasaba. A esta familia no le gustaban los gatos, pero hicieron todo lo posible por cuidarme y acogerme con mucho cariño.
Mi familia encontró un ático del que apenas disfrutaban de la terraza, porque enfrente siempre había asomado un hombre en camiseta fumando y mirando lo que hacíamos. Mi madre seguía con sus aficiones a callejear y yo a veces la seguía porque no me gustaba estar sin ella. Un día la seguí tan lejos que me perdí durante un mes y mi familia se creyó que el vecino de la camiseta me había asesinado, ya que en sus ojos se veía un perfil de asesino de gatos habitantes de áticos. Cuando mi familia se iba a cambiar de piso, porque ya no soportaba más la mirada inquisidora del supuesto asesino en serie de mininos, aparecí yo debajo de un coche el mismo día que se mudaban de casa.
Ya en la nueva casa, también vino a vivir la niña de la familia, una preciosa niña amante de los gatos y gatas, ya que nos conocía desde la barriga de su madre, al escucharme tanto maullar a todas horas, le llegaba el sonido de mi voz a través de la placenta. Cuando su madre le daba de mamar yo lamía su cabeza con mi lengua rasposa y era una música armoniosa y acompasada de los chupetones que la niña emitía al mamar y los lametones que yo le daba en su cabecita pelona.
Mi madre desapareció del mapa, se fue con un gato callejero como ella y no volvió más.
Mi familia acogió a un perro que se había quedado sin dueño y él me comía mi pienso porque le gustaba más que el suyo. También le daba por marcar territorio meando en la esquina de la cuna de la niña.
Nuevamente nos vinimos a vivir a Asturias y yo me volví muy tragón y dormilón, me pasaba los días maullando y comiendo, siempre subido en las piernas de mi dueña, queriendo que me acariciara y me contara cuentos. 
Me gustaba la gente que venía de visita, yo siempre los recibía dándoles la bienvenida, deseando que se quedaran mucho rato y me hicieran lisonjas. A veces hay gente que no soporta a los gatos y nos tiene miedo como si fuéramos a hacerles algo, pero yo no soy de esos, yo estoy para practicar la gatoteratpia, que si te acercas a mí y escuchas mi ronroneo te doy paz y te quito la ansiedad y la preocupación por llegar a fin de mes.

Un día -cuando tenía dieciocho años-  me puse malito y decidí dejar este mundo. El abuelo de la familia me llevó a enterrarme en una caja de regalo en la huerta de unos amigos de la familia en Llavares, y allí estoy dando a la tierra dulzura y bondad.

Comentarios

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares