SORDA

Espejo majo


Escribir sobre alguien que no oye bien o que es sorda completamente, no tendría que ser difícil para mí, ya que mi madre era sorda y toda la vida tuve que adaptarme a esa dificultad que ella padecía y que detestaba reconocer. Una escritora profesional supongo que buscaría documentarse y encontrar en bibliotecas rastros o vestigios sobre la sordera para completar la estructura externa o interna del personaje.
 Sé que uno de los defectos que suelen tener las personas sordas es que son desconfíadas, porque no saben lo que se habla a sus espaldas. Preguntando a gente si sabrían historias de sordos me contaron de una maestra que tenía niños y niñas de educación especial y había una niña que le llamaba la atención porque era más viva y más lista que l@s otr@s, sólo que de vez en cuando la niña dejaba de ser cariñosa y no le respondía como siempre. Un día se dio cuenta de que esto ocurría cuando ella le hablaba de espaldas. Cuando nos falta algún sentido siempre se acentúan otros. L@s sord@s aprenden a leer los labios sin ir a ninguna escuela especial. Los que escuchamos también actuamos con sordera muchas veces, porque no atendemos a lo que nos están diciendo, no ponemos toda la atención en nuestro interlocutor, porque estamos ávidos de que nos dé información a chorros, preferimos palabras a borbotones que una sola que nos haga reflexionar o emprender la acción, palabras en cascada, huecas, banales, anda, que algo me quedará, tú larga por esa boquita de piñón y luego te suelto lo primero que se me ocurra, porque se me va a ocurrir algo, ya que antes de escucharte ya tengo preparada una respuesta porque estoy a la defensiva, porque soy muy rápida y elocuente y sé más que tú de eso que me estás contando.
Mi madre me atiborraba de preguntas cuando veíamos juntas una película: ¿De que´se trata? -me decía- y yo levantando la voz le hacía una sipnosis sobre la trama de la película. Luego seguía todo el tiempo preguntando y preguntando. A veces yo acababa poniéndome muy nerviosa por tener que subir tanto el tono de voz. En otras ocasiones ella veía las películas sola en su casa y me decía que se había enterado de todo, que había entendido la película perfectamente. Para mí eso fue siempre un misterio, puede ser que al estar sola pusiera más atención y por eso captara mejor el argumento. Tampoco sé si era verdad, porque yo no le preguntaba de qué se trataba o tal vez yo también la había visto -ya que eran películas emitidas en televisión- y no me apetecía que me lo contara, después de todo, aquello no era un exámen para una nota.


Mi madre era sorda porque le habían curado mal un catarro. Esa dificultad le hacía escuchar mal las palabras y luego pronunciarlas mal. Cambiaba albañil por “arbañil”, radiador por “rallador”. Una hermana suya que era maestra frustrada solía enmendarla y yo también, pero ella hacía caso omiso: “Bueno, tú me entiendes, ¿No?”. Podría enumerar un montón de palabras que ella renombraba, pero había una muy especial que a mi hija y a mí nos quedó grabada para siempre y que ya incorporamos a nuestro vocabulario. Se trataba del cuento de Blancanieves y los siete enanitos que ella le contaba a mi hija. Cuando la bruja-reina le pregunta al espejo, mi madre lo cambiaba y decía: “Espejo majo, espejo majo, ¿Quién es la más guapa del reino?” Realmente si tú le llamas a un espejo majo es evidente que te va a contestar con toda la benevolencia del mundo, si le llamas mágico, creo que puedes sospechar que te está engañando... un poquito...

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