JENNY MARX O LA MUJER DEL DIABLO



Conduzco hasta la playa de Rodiles. Paro el coche y me dispongo a leer el libro sobre Jenny, la mujer de Karl Marx. Estoy rodeada de silencio natural. Escucho frases absurdas que suelen alimentar las fantasías de los niños creándoles terror, tal vez pesadillas:-
-Todos los días los peces y los centollos comen niños.           -Mentira - contesta el niño, pero no sabe ciertamente si es verdad. 
Un adulto suele sentar cátedra a los ojos de un niño, pero éste, que es analfabeto emocional, debe traer también de herencia un terror de cuentacuentos que le entretenía las noches de invierno con su tía Marcelina la del pueblo aislado y solitario.
-El cangrejo, que te come el cangrejo - sigue farfullando el estúpido adulto, mientras bebe una lata de cocacola de espaldas a este mar de primavera.
Me asombra comprobar que avanzo tanto en las páginas del libro y estoy tratando de descubrir por qué la autora llama diablo a Carlos Marx, más que nada porque no ganaba un céntimo para sustentar a su familia. Los escasos recursos que obtenían venían de herencias, algunas por adelantado. Todo lo echaba en discursos y sus libros contenían millones de palabras y miles de páginas que la misma Jenny descifraba de sus manuscritos con letra pequeña e ininteligible, sólo ella la entendía. Durante la narración de las vidas de esta pareja hay siempre pendiente la amenaza de perder una vajilla de plata (herencia de ella), que van perdiendo pieza a pieza y que resulta ser fundamental para su subsistencia, abocada a la ruina financiera. La autora trata de demostrarnos continuamente que “del dicho al hecho va un trecho” y el “Prometeo de Tréveris” llevaba una vida bastante en contradicción con lo que predicaba. Da a entender que si no hubiera tenido que buscar tantos apoyos para publicar sus libros su vida habría sido la de un burgués bien acaudalado, pues dinero que caía en sus manos enseguida volaba para llevar una vida disipada. En aquella época la gente con cierta cultura escribía diarios y cartas a mansalva, pero de las cartas de amor que Carlos se escribió con su mujer sólo se conserva una que parece el prototipo del hombre perdidamente enamorado de su mujer y que me parece a mí que muchos jovenzuelos comunistas utilizaron para encandilar por escrito a alguna enamorada.
Un admirador me había regalado un libro que hablaba sobre Carlos Marx y yo lo utilicé para un examen de historia contemporánea y me sirvió bastante. El libro estaba escrito por un autor cubano y publicado en Cuba, con toda la influencia positiva que el régimen cubano tiene sobre esta filosofía del marxismo.
Una de las cuestiones que apunta Françoise Giroud (la autora de este libro) sobre la expresión “la religión es el opio del pueblo” atribuida a Marx, en realidad él la sacó del poeta Heine: “¡Viva este invento! Viva una religión que vierte a la especie humana doliente, en su cáliz amargo, algunas gotas de dulzura y de narcótico, un opio mortal, algunas gotas de amor, de esperanza y de fe.”
Hay un escrito de Marx que por lo visto fue célebre: “Quienquiera que conozca la historia sabe que los grandes cambios sociales son imposibles sin el fermento femenino. Puede medirse exactamente el progreso social por la condición del bello sexo (incluidas las feas).”
Sigo leyendo… algunas personas entran y salen de una furgoneta con puertas correderas. Sigo insistiendo en la lectura, devoro las letras como Marx las deudas por querer implantar el comunismo. A mi lado aparca un coche gris. Está ocupado por un hombre de pelo gris y una mujer morena bastante más joven que él. No presto oído a lo que hablan, ya que estoy leyendo, pero me llama la atención el perfil de cada uno, hago un rastreo físico y me pregunto qué harán juntos. Bajo la mirada al libro y antes de concentrarme otra vez en la lectura escucho:
-¿Nos ponemos a follar para que deje de leer?- dice el madurito a la jovencita.
Ella le sonríe abiertamente, le ríe la gracia. No le contesta ni que sí, ni que no, aunque yo sé la respuesta.
Yo me quedo pensando lo que se me ocurriría contarles, tal vez crean que me asustaría, o me escandalizaría, o me pondría a gritar y a insultarles. Supongo que hay gente que se excita con esas cosas.
No se imaginan el ataque de risa que me daría verlos follar y la mirada descarada que tengo…
No dejé de leer para verlos follar, porque no follaron, sólo fue una fantasía del vejete, pero sí lo dejé para escribir esta historia.
Estoy esperando a ver si vuelven y dicen otra tontería…


Carta de Marx a su amada esposa Jenny

“Mi corazón amado:
Te escribo porque estoy solo y siempre me turba dialogar contigo en mi cabeza sin que tú lo sepas, o lo escuches, o puedas contestarme.

Por mala que sea tu foto, me presta este servicio, y ahora comprendo cómo las efigies más horribles de la Madre de Dios, las vírgenes negras, pueden encontrar infatigables admiradores. Ninguna de estas imágenes ha sido jamás tan besada, tan mirada y tan adorada como tu fotografía, que no refleja en absoluto tu querido, tierno adorable dolce rostro. Mis ojos, por muy echados a perder que estén por la luz y el tabaco, pueden todavía no solamente pintar en sueños, sino también en vela.

Te tengo, deslumbradora, Delante de mí. Te acaricio y te beso de la cabeza los pies. Caigo de rodillas ante ti y gimo:”Señora, I love you, os amo, en verdad, más que nunca amó el moro de Venecia. .

Mi amor por ti, tan pronto como te alejas, me aparece como lo que es: un gigante que absorbe toda la energía de mi espíritu, toda la sustancia de mi corazón..

Me siento de nuevo un hombre porque experimento una gran pasión”.


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