ANIVERSARIO DE MIS PADRES





Tal día como hoy, 12 de febrero de 1955, se casaron mis padres. Supongo que un día frío o con un viento helado como el que me golpeaba en la cara esta mañana, a pesar de que lucía el sol.
Mi madre se casó embarazada y sin tener casa ni brasa, así que unos tíos le ofrecieron una habitación en su hogar, allá en la aldea. Mis tíxs tenían tres hijxs, una niña y dos niños, ya algo creciditos y con la suficiente picardía derivada del conocimiento de observar a los animalillos del campo retozar y procrearse, así que les tendieron una trampa para la noche, cuando el frío les obligaría a juntarse mucho y dar rienda suelta a sus pasiones, que por otra parte seguramente no habrían podido realizar con la frecuencia que hubieran querido, ya se sabe, que en aquella época los novios y las novias retozaban muy a escondidas y de prisa y corriendo, no los fueran a pillar in fraganti. El caso es que los varones de la familia decidieron ponerles cascabeles colgados en el somier, para que a la hora de bailar la danza del amor sonara más que una gaita. Mi madre siempre tuvo fama de ingenua e inocente, pero para estos temas era la picardía hecha mujer y antes de estrenarse como esposa amante fue a cumplir con su deber de esposa abnegada y limpia haciendo la cama con las sábanas que durante tanto tiempo estuviera bordando para componer su ajuar. Mi madre era algo sorda (ella siempre contaba que de un catarro mal curado cuando tenía 4 años), pero eso no evitó que escuchara los dichosos cascabeles al mover el colchón y arremeter las sábanas. Porque mi madre era así: escuchaba lo que le interesaba y aquel día demostró mucho interés en el sonido de los cascabeles y el gozo en un pozo de los atrevidos mozalbetes. 
Aquella noche cayeron 11, no estaba allí para contarlo, así que no lo puedo confirmar, pero mi madre nos lo contaba muchas veces. A mí me daba cierto pudor que mi madre hablara sobre sus intimidades con desparpajo, pero, sí, decía que habían hecho el amor 11 veces y yo no voy a desmentirlo porque no estaba allí, nací después que mi hermano. La liberación de los cascabeles puede que tuviera que ver en ello: sin la amenaza de su sonido ya no había peligro, pero aquellos somieres metálicos también rechinaban ¡digo yo!

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