Rebajas


Llevaba meses soñando con cambiar el inodoro de mi aseo. Pensaba en lo incómodo que les debía resultar a los invitados a mi casa cuando se sentaban y la tapa les daba en los riñones, así que en un alarde de hospitalidad desenvuelta me decidí a salir de mi zona de influencia y adentrarme por las carreteras de Dios en busca de un almacén donde me resolvieran la falta de estética y de comodidad en el asiento cuando mis invitados tomaran la iniciativa de dejar sus desechos en mi casa. En la tienda un chaval con una base de datos impresionante en su cerebro me fue informando de las distintas posibilidades y combinaciones para cambiar de taza de wáter, mientras tanto, otros clientes se acercaban y le preguntaban sobre esta u otra pieza, sobre aquel tornillo que les faltaba para asentar sus cimientos y él con pasmosa precisión les contestaba el pasillo, la estantería y no sé cuántas cosas más, parecía un mentalista, igual era Tony Blair disfrazado de ferretero. Mientras pensaba si me decidía por una cosa o por otra fui hasta la sección de electricidad a buscar unas lámparas led, de esas para ahorrar energía, que antes eran otras y ya no sabemos las que vendrán después, aunque la mejor sería una como la de Aladino para que nos concediera todos los deseos. Una vez tomada la decisión otro chico cogió la taza y me la colocó en el carrito, lo llevé a la caja para pagarlo y me puse a probar las bombillas, pues tengo la costumbre –hasta ahora- de no probarlas y cuando llego a casa me encuentro con la sorpresa de que algunas están fundidas y te las han vendido como nuevas y entonces la cajera me preguntó que si iba a necesitar ayuda para llevar mis cosas al coche a lo que yo le contesté que si me la ofrecían que yo la aceptaba con muchísimo gusto, así que cargaron la compra en el maletero de mi coche y emprendí de nuevo el viaje a buscar nuevas aventuras. En verdad lo que me movió a salir de mi feudo fue el ir a comprar libros de Isabel Allende, que con “La isla bajo el mar”, “El plan infinito” e “Hija de la fortuna” me tenía muy atrapada y quería seguir leyendo cosas de ella, porque me emociona y me hace reír y llorar y le estoy muy agradecida por lo bien que me lo paso leyendo a esta mujer. En una entrevista que le hicieron a Rosa Montero hace poco en la radio para hablar de su último libro “Los amores de mi vida” decía ella que con un libro nunca te puedes sentir sola, que los libros te hacen vivir otras vidas, trasladarte a otros países, estar en otros mundos. Yo me siento así últimamente, he recuperado el amor por la lectura, antes me costaba concentrarme y dejaba los libros a medio leer, pero ahora tengo cierta voracidad por tragarme letras y vivir la vida de los personajes, trasladarme a otras épocas, vestirme como ellos, enfadarme ante las injusticias, conmoverme por su osadía y su ternura. Me compré seis libros de Isabel Allende y paseé también por la zona de papelería donde me hice con dos libretas para escribir lo que me apetezca o se me ocurra, pues ya tenían expuesto el material escolar y yo me siento como una colegiala que va a comenzar el curso y aprender cosas nuevas. El siguiente paso era comprarme un vestido en las rebajas, que todos los veranos me doy ese gustazo para vestirme de estreno estival. Me adentré por los pasillos de la incertidumbre, no sin antes decirle a mi ángel Custodio (los ángeles no tienen sexo, dicen, pero para estas cuestiones yo elijo uno de índole masculina para que me ayude a reafirmar mi coquetería) que afinara en mi elección de un vestido bonito, que me quedara bien y marcara este verano como único en la pasarela de la moda y el devenir del calor. Custodio se puso a trabajar a destajo, porque creo que salí de mi casa con toda la autoestima encima y divisé un perchero burrito, de esos que tienen ruedas y que estaba repleto de vestidos todos a veinte euros. Yo los miraba sin poder discriminar y con la decisión titubeando en mi piel, que se los quería poner casi todos encima. Otra mujer observaba las piezas tal vez devorada por las mismas dudas que yo, y a todo esto sacó un vestido y me lo mostró con admiración y sorpresa y como si fuera mi amiga de toda la vida que me acompañaba en la compra para ayudarme a elegir. Las dos concluímos que no nos pondríamos ese vestido, que era para otra persona, que no era nuestra talla, que a dónde íbamos a parar con la osadía de probarlo siquiera en el probador de señoras. Mientras tanto yo miraba su mano como una víbora mira a un ratón para hipnotizarlo a ver si soltaba la prenda y yo la podía rescatar de sus manos inseguras. Lo soltó y yo lo cogí al vuelo y elegí unos cuantos más para llevármelos al cadalso del espejo a comprobar cómo me quedaría si yo tuviera el atrevimiento de forrar mi piel con semejante fantasía de diseño textil. Los probadores están separados por paneles de madera, pero la parte de arriba está libre y se escuchan las conversaciones de los que están al lado probándose la ropa. La misma mujer que me había obsequiado con la elección de el vestido que en un principio yo creía que iba a ser para mi hija estaba con su pareja comentando lo asqueroso que era su cuerpo. Yo probaba los vestidos y con todos me veía divina, todos estaban hechos para resaltar mi belleza, mi ángel estaba siguiendo mis instrucciones y marcaba los pasos necesarios para que me llegara la señal de una autoestima dibujada en el espejo que me reflejaba. Recordé cuando elqueibaadardecomeralospalomosconmigo me acompañaba en los probadores y me decía si esta u otra ropa me quedaba bien. Un tiempo atrás yo lloraba cuando me probaba las prendas sola, ahora reía de felicidad por pensar que no necesitaba la opinión de nadie para verme guapa. El espejo y yo nos decíamos cosas bonitas, los colores me envolvían con generosa gratitud y alegraban mi piel. ¿Cómo podemos decirnos, tengamos el cuerpo que tengamos que es asqueroso? Mi cuerpo es el templo que sostiene mi alma, y es el que tengo y al que bendigo por contenerme, y lo visto de fiesta y lo lleno de halagos para que me lleve al fin del mundo o a Ibiza, que es a donde quiero ir de vacaciones. Me compré el vestido, y otros cuatro más. El domingo me fui a comer con una amiga a Amandi y estrené el primero. El que parecía imposible de poner lo dejaré para una ocasión especial y me lo pondré con unos pantalones –ya que es corto y yo no estoy para minifaldas- de terciopelo de Miami que me regaló Digna la cubana.
Después de comer mi amiga y yo nos fuimos a pasear y luego a una terraza. Mi amiga no paraba de decirles cosas a los niños chiquitinos, que le encantan, decía ella que los niños ahora son más guapos que antes. Yo no estoy de acuerdo, creo que los niños siempre son guapos, son ángeles.
También pasó un hombre tan viejo, tan viejo y con un color de luto en la piel, mi amiga me decía que le quedaban diez minutos, yo creo que si todo el mundo cuando lo ve piensa eso mismo le van alargando la vida: diez minutos, más diez minutos, más diez minutos…
Hoy todavía andaba por La Villa

Comentarios

  1. Acabas de escribir un libro entero en un solo folio,me encanta,porque derrochas energía.
    Saludos Leonordeaquitania

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  2. Gracias, es para mi una terapia del reconocimiento

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