METALFACE




No me gusta mirarme en el espejo. Me devuelve ese monstruo desfigurado por los horrores de la guerra. Llevo una máscara de hojalata para ocultar mi deformidad. Hay personas que se avergüenzan de cuatro verruguitas que les salpican la piel. Yo tengo mil heridas de metralla que destrozaron la mía. Me llaman Cara de Hojalata y es verdad que la llevo puesta. Me la sujetan unas gafas de metal dorado con los cristales redondos, pero no las necesito para ver, los cristales no están graduados, yo tengo una vista de pájaro, puedo apuntar desde bien lejos y siempre doy en el blanco. Hago disparos certeros. Tengo contabilizados los hombres que he matado. Ahora mismo llevo sesenta y tres, pero puede que esa cifra aumente, porque me hacen encargos, sí, los del hampa me suelen pedir que haga trabajitos de francotirador. No necesito gran cosa; tan solo un arma bien equipada y mi mano y el ojo que me queda hacen el resto. Tengo el pulso firme y buena puntería.
Cuando no estoy matando me dedico a soñar con una vida mejor si no tuviera que esconder mi deformidad. Tengo un álbum donde voy pegando recortes de una familia ideal, la que yo formaría si mi piel fuera suave como la porcelana, si me creciera el vello en la zona de la barba, si no me faltara un ojo, si mi piel no estuviera quemada por la metralla. Sueño con las manos suaves de una mujer hermosa que me acaricien, con los labios que me besen, pero no puedo besar a medias, respiro mal y mi voz es ronca porque también tengo afectadas las cuerdas vocales.
Los gansters me encomiendan proteger a sus familias, cuidarlas y matar a los malos, a los que se interponen en sus negocios. Ellos tienen familia, hijos, esposas, madres por los que velan. Yo miro con envidia y nostalgia lo que yo podría tener si mi cara fuera como la porcelana y no medio de hojalata, hojalata pintada con una mueca, con una sonrisa torcida, con un ojo siempre abierto que no mira nada, que sólo espera compasión o burla y desprecio.
Me gusta cuidar a los niños, especialmente a un niño que se ha quedado sin madre. Su madre era pintora y fue la única mujer que me miró con compasión y no le dio miedo pintar mi rostro ametrallado por el odio, pero a ella también la mataron en una vendetta y ahora el niño se ha quedado con su abuela -que es drogadicta y regenta un prostíbulo- y con su padre, que es un gánster. Yo le cuido y le protejo, le llevo a pescar y vemos juntos las estrellas. Lo acuesto por la noche y le cuento un cuento y le abrocho su abrigo si hace frío. El me abraza y confía en mí más que en nadie en el mundo. Yo le doy seguridad, porque siempre estoy ahí para velar por él y eso él lo sabe, sabe que nadie vela tanto por él como yo, porque yo sólo mato a los malos, yo nunca le haría daño a un ser tan vulnerable, que se parece tanto a mí cuando era pequeño.
Cuando me abraza puedo entender lo conmovedor que es el cariño entre iguales, lo incondicional que es el amor.
Siento que estoy partido en dos como mi rostro. Una parte horrible, una sombra proyectada sobre mis más abyectas intenciones y otra llena de luz, donde disfruto de una familia que me quiere y que cree en mí.
Hace poco tiempo que he conocido a una mujer que me mira de una manera distinta a como lo han hecho hasta ahora. Es una mujer especial, llena de sensibilidad y ternura como yo. Comenzamos siendo amigos y poco a poco fue surgiendo otra cosa más profunda. Ella es hermosa y me quiere. No le importa besarme en mi media boca, no le importan los agujeros en mi cara, ni la piel en carne viva cuando me quito la hojalata.
Por el amor de esta mujer tuve la valentía de volver a mi casa para reencontrarme con mi hermana. Nuestro perro estaba muy viejo y había que sacrificarlo. Mi pulso temblaba y yo no podía disparar. Yo sólo mato a los malos. Tuvo que hacerlo mi hermana.
Los enemigos de mis jefes mataron a la abuela y al padre el niño, así que ahora mi amada y yo vamos a adoptar al pequeño y formaremos una familia como Dios manda.

Me queda una última encomienda: Tengo que matar al capo de la otra banda que ha asesinado a los parientes del niño. Mi pulso siempre ha sido certero para matar a los malos, así que no me costará nada dar en el clavo. Dispongo de una escopeta con el mejor teleobjetivo y con el pulso más firme. Me coloco en un lugar estratégico y cuando apunto a mi destino el pulso me falla y mato a la hija del capo. La sangre inocente se desparrama por el suelo. Tengo que huir. Mi amada y mi angelical niño me esperan para ver las estrellas. Corro, corro veloz, otra vez herido por las balas. Caigo debajo de los pilares de un malecón, las olas me susurran la nana que me cantaba mi madre. El agua de mar me acaricia las mejillas y mi rostro es de porcelana, suave, aterciopelado, el vello me sombrea la piel. Ellos me esperan para observar esta belleza nueva que gozo, pero no puedo moverme, estoy paralizado...

Elegí un personaje de la serie Boardwalk Empire para describir las luces y las sombras de cualquier ser humano. Me ha gustado tanto esta serie, que podría recrearme en cualquiera de ellos o ellas, pero éste en particular me conmovía más que ninguno, me identificaba con él y resonaba en mí como la gota de un grifo mal cerrado. 
Así que me puse a averiguar sobre las secuelas que padecían algunos soldados apostados en las trincheras en la Primera Guerra Mundial y me encontré con los rostros de hojalata, que acababan siendo proyeccionistas de cine, una manera de seguir en la oscuridad para ocultar el horror dibujado en sus rostros y el sufrimiento que los atormentaba. Me encantó el papel del actor que interpretó magistralmente Jack Huston, sobrino de Angélica Huston.

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