NARA


La vida es eso que pasa, mientras nosotros hacemos planes, frase atribuida a John Lennon que yo tengo pinchada con un imán en mi nevera. Y es que estuve pensando en muchos viajes que hice para escribir sobre ellos, casi todos divertidos en el fondo, con su puntito de riesgo en el otro fondo, pero todos impregnados de esa magia que te da viajar en el tiempo, porque un viaje te traslada, adquieres otra personalidad -la de viajera- y te deja un poso de nostalgia para siempre. Llevo un tiempo con el hábito de escribir los lunes por la mañana, así que a lo largo de la semana voy pensando sobre qué voy a escribir y luego ocurre algo que va cambiando mis planes; una idea va supliendo a otra y a otra hasta que toma fuerza la última y sale triunfante del duelo entre pensamientos.
El sábado se murió mi prima Nara y esto me hizo comprender que yo debía escribir sobre el viaje que emprendí para ir a conocerla.
Mi abuela paterna tuvo cinco hermanos y cuatro de ellos emigraron a Cuba para no tener que ir a la guerra. Dos se casaron y dos quedaron solteros. Los que se casaron lo hicieron con mujeres cubanas y una de ellas se llamaba Zoila, que de ahí me viene el nombre. Al poco de nacer yo, iba mi padre a inscribirme en el juzgado y encontró a sus hermanitas por la calle y le dijeron que me pusiera este nombre. Mi padre no lo consultó con mi madre, decidió hacer lo que sus vengativas hermanas decidieron, y toda la vida he llevado como una losa este nombre, que al final me gusta como un caramelo, pero he tenido que pelear mucho con mis prejuicios para aceptarlo. Una de las mejores cosas que tiene es su significado: La que está llena de vida y el otro que la mujer de la que lo heredé era una persona bondadosa y especial. Es curioso que sólo la familia de mi padre me llama Zoilita, nunca escuché a la familia de mi madre llamarme así, sería para escribir un ensayo sobre las intenciones positivas o negativas de esta forma de nombrarme.
Bueno, pues acababa yo de separarme y no se me ocurrió otra manera de celebrarlo que viajando muy lejos, como para tomar distancia de mis sentimientos y mis pesares. Les dije a mis padres que si querían acompañarme para visitar a la familia cubana en Miami. Mi padre, que era un fanático asturiano, amante de la fabada a diario,  de la sidra a borbotones y de los figos en septiembre me dijo que sí al momento. Lo cogí por la palabra antes de que se echara atrás, pues siempre que viajábamos fuera hacía unas comparaciones confusas fortalecidas por los encantos de la tierra húmeda. Cualquier temperatura que subiera de los veinte grados eran para él días de fuego. Mi hija y yo llegamos tarde para coger el bus, así que tuve que tomar un taxi para encontrarme con la impaciencia de mi padre que siempre llegaba a los sitios una hora antes y nos tenía acostumbradas a señalarnos el reloj con un dedo acusatorio. Ya en la cola del embarque me salió un pretendiente al que le perlaba el sudor por la frente y que le regaló a mi hija un pato de peluche. Mis padres entablaron con él una conversación trasatlántica sobre la emigración asturiana en La Florida y quedaron para después, pero yo evadí de todos modos un segundo encuentro porque no venía al caso de mis reposiciones amatorias.
En nuestras maletas llevábamos de contrabando todo el condimento para preparar una fabada asturiana que los de la aduana no llegaron a localizar por más que antes de desembarcar me soltaran una perorata de folios en color verde llenos de preguntas raras e insidiosas que yo supe contestar como si me presentara a una oposición para abogada del estado, ya que tuve que rellenar por triplicado los papelitos de aquel test interminable.
Cuando llegamos al aeropuerto nos esperaban nuestros primos y primas, que en realidad eran primos carnales de mi padre. La hija de Zoila -Senia- ya había venido cuatro veces a España con su marido y sus hijos, pero los otros primos -Nara y Arnaldo- nunca habían venido. Fue un recibimiento cálido, emotivo, amoroso. Arnaldo al ver a mi padre exclamó: ¡Nunca había visto a un hombre tan parecido a mi padre!
Nos alojamos en casa de Senia y todos los días nos organizaron encuentros con amigos, familiares, conocidos. Recuerdo que en una casa de las que visitamos (que eran parientes de parientes, no parientes nuestros) me contaron que se emocionaban mucho con las cartas de mi abuela. Por lo visto mi abuela escribía cartas con muy buen tino, puede que yo heredara de ella ese gusto por la escritura, pues siempre me gustó escribir cartas. Mi padre nunca hablaba de su madre y lo que yo recuerdo sobre su relación con ella es que la trataba de usted y siempre le compraba por las fiestas de San Roque, que eran las fiestas grandes de Tazones, un centollo y queso de peñasanta (al que también soy aficionada). Durante el encuentro con sus primos no paró de hablar de su abuela, de la relación afectuosa que había tenido con ella. Me sorprendió esta parte de la vida de mi padre que nunca me había mostrado. Recuerdo que su abuela le apodaba cariñosamente catalán, no entiendo qué tiene de cariñoso ese apelativo, pero él lo recordaba con mucha emoción: ¡Ven acá, catalán! y dormía con ella abrazado.
Mi madre preparó la fabada de contrabando que llegó a buen puerto desde Villaviciosa e hizo estragos estomacales entre la población de La Florida. Se compró sidra en una tienda con productos asturianos a un precio desorbitante, y en una de esas comilonas se desbordó el agua de una cisterna y casi salimos a nado y medio borrachos. Nunca había escuchado a mi padre contar tantas historias sobre su familia, porque en casa era un hombre comedido y discreto que paraba poco en casa y cuando lo hacía era para dormir la siesta o acostarse temprano. Mi padre estaba ausente de relatos, porque todos los cuentos los contaba mi madre. En aquel tiempo ya le estaba haciendo estragos la artritis reumatoide, que según la medicina psicosomática es fruto del rencor, y por eso no participó con nosotras de la visita a Orlando. Mi prima Senia era muy aficionada a estos lugares temáticos y nosotras nos adentramos en el mundo de King-Kong, ET, Twister cogiendo mojaduras virtuales, sustos de damisela raptada por el mono y nos montamos con el extraterrestre en una bicicleta que volaba para su casa. Antes de subirnos a una barca para pasear con personajes de Walt Disney nos encontramos en la misma cola con Gloria Estefan, que aprovechó su famoseo para adelantarse con su hija en disfrutar de los juegos. Casi me caigo encima de ella y, entonces aproveché para tocarla y decirle que daba suerte tocar a una estrella.
Mi prima Nara estaba siempre con nosotros. Celebramos su cumpleaños, que es en setiembre, el mes en el que viajamos a Miami hace ya diecisiete años y luego ella nos devolvió la visita a Villavicosa unas cuantas veces. Mi primo Arnaldo decidió venir a aburrirse a La Villa -como él dice- porque todo lo de aquí le resulta maravilloso, porque quiso cumplir el sueño de su padre de volver a su tierra, porque tiene idealizada a su familia de Asturias (todos necesitamos poner un Sangrilá en nuestro corazón devastado por la ausencia) y porque sentía que nosotros habíamos ido a buscarle para que diera ese paso.
Yo me vine echando de menos el sitio que el que había sido mi pareja ocupaba en mis viajes, pero con una familia nueva, amorosa, llena de encuentros afables, cercana, festivalera y bulliciosa, con ganas de celebrar, que quería recuperar el tiempo perdido.

Y la dulce Nara, tan cercana, tan auténtica, tan buena persona, con tantas ganas de dar cariño y de mostrar el amor a los padres, a los abuelos, a la estirpe de los Roza.

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