MATERNIDAD




Cuando era una niña me encantaba cuidar a los niños y niñas de mi barrio. Algunas vecinas me dejaban a sus hijos e hijas para que me ocupara de ellos. Una de ellas me pagaba 2 pesetas para que lo sacara a pasear y le diera la merienda. Yo disfrutaba cogiéndolos en brazos y haciendo de madre que prestaba toda su atención. También iba a recoger a un niño y una niña al colegio para ayudarlos a cruzar la carretera y que no los pillara un coche. Mi instinto de protección siempre estuvo muy desarrollado.
A la hora de comer ( en esa hora ella solía hacerlo muy despacio, siempre se quedaba la última, porque hablaba mucho mientras comía) mi madre solía contarme que ella nunca quiso tener hijos, porque eso significaba traer hijos al mundo a sufrir, pero que una vez que estaban en él, pues que se les quería mucho, muchísimo. Así que parece ser que yo estoy en el mundo por voluntad de mi padre. Durante mucho tiempo asumí como mío el sentir de mi madre a lo de tener o no tener hijos. Las madres ejercen una influencia poderosa en nuestros valores. Prueba de ello es que cuando le dije que no quería que viniera conmigo a escoger mi vestido de novia, ella me prometió que no iba a decirme nada, pero no paró hasta que consiguió convencerme de la falda negra y la blusa blanca con la que decía que yo estaba guapísima.
Un día -tras la muerte de mi hermano- sentí un deseo irrefrenable de ser madre y no recibí ninguna felicitación por parte de los dos. Cuando les di la noticia por teléfono desde Barcelona me transmitieron que era traer a un ser humano a sufrir y yo decidí llevarles la contraria como en muchas ocasiones, porque creo que las hijas tenemos el poder de dar un paso en la evolución de la humanidad, un paso hacia adelante, sobre todo en la evolución de nuestra andadura generacional.
Mi embarazo fue maravilloso. Salvo dos ocasiones, que sentí mareos y ganas de vomitar, todo el embarazo discurrió como si yo estuviera en una nube. Mis pensamientos y sentimientos eran muy elevados, era un estado divino, parecía que un ángel me acompañaba todo el tiempo. La única carencia que sufrí fue la conexión emocional profunda con el padre de mi hija durante ese periodo, pero sí disfruté de sus cuidados y su preocupación porque todo saliera bien. Me acompañó en el parto, que fue natural, y se ocupó de cortar el cordón umbilical y de bañar a su hija por primera vez. Todo este ritual me pareció precioso y recuerdo que el hecho de que él me cogiera la mano durante los dolores de parto hacía que fueran menos intensos.
Mi hija nació el día de mi cumpleaños, faltaba un cuarto de hora para que fuera el día siguiente, así que parece que este hecho me asegura que ella es el mejor regalo que yo pude haber recibido en mi vida y me une doblemente a ella. Creo no ser una madre controladora ni obsesionada con saber lo que está haciendo en todo momento como hacía mi madre conmigo. El hilo de plata que nos une es un vínculo sagrado, que nos lleva de corazón a corazón a estar continuamente conectadas. Me vienen recuerdos de estar en casa, yo en la cocina y ella en la habitación del fondo jugando con la arquitectura de colores a diseñar casas por dentro o poniendo todos sus muñecos a dormir, arropándolos o cantando a voz en grito y yo leyendo o viendo una película. Cada una en su espacio, sin tocar lo creativo de cada una, pero unidas por el hilo de plata de nuestro corazón de jade. Se me ocurrió enseñarla a leer cuando era una bebé y diseñé unos carteles donde ponían nombres de las cosas y de las personas. El método consistía en corretear y jugar con la niña y mostrarle los carteles. Como yo no podía correr me sentaba en el sofá y le decía: “Aquí pone mamá”, luego escondía el cartel y ella empezaba a cantar y a bailar. Yo aplaudía. Luego le preguntaba qué ponía allí y ella me contestaba lo que ponía. Creo que desde ese momento desarrolló su vocación de actriz, que seguramente ya traía desde siempre.

La época más difícil de mi relación con ella fue la adolescencia. Dejó de abrazarme y de ser cercana y cariñosa. Me compré un montón de libros que solamente comencé a leer y que no terminé nunca, pues sólo tuve que tener paciencia para esperar que esa etapa acabara. Yo también fui un trasto en esa etapa para mi madre, en la que es más importante la opinión de nuestras amigas que la de nadie, ya que intentamos integrarnos en los grupos y ser aceptadas en ellos.

"Añoro el pan de mi madre, 
El café de mi madre, 
Las caricias de mi madre…
Día a día,
La infancia crece en mí 
Y deseo vivir porque 
Si muero, sentiré
Vergüenza de las lágrimas de mi madre.

Si algún día regreso, tómame en
Adorno de tus pestañas,
Cubre mis huesos con hierba
Purificada con el agua bendita de tus tobillos
Y átame con un mechón de tu cabello
O con un hilo del borde de tu vestido…
Tal vez me convierta en un dios,
Sí, en un dios,
Si logro tocar el fondo de tu corazón.

Si regreso:
Tómame en  leña de tu fuego encendido
O en cuerda de tender en la azotea de tu casa,
Porque no puedo sostenerme
Sin tu oración cotidiana.
He envejecido. Devuélveme las estrellas de la infancia
Para que pueda emprender
con los pájaros pequeños
Con los pájaros pequeños
El camino de regreso
Al nido donde tú aguardas."

Mahmud Darwish

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