Tambores cercanos




Cuando me bajé del autobús con mis compañeras de la Asociación de Mujeres y entré en el patio de La Laboral para acudir a la celebración del Ocho de Marzo sentí los sonidos de la tierra bajo mis pies. Gaia me estaba cantando desde su vientre en forma de tambor, mis piernas vibraban con el sonido de las tripas de vaca accionadas por las manos y los sentimientos. Era pura alegría de conectar con la tierra y con las mujeres, era como para salir volando impulsadas por los temblores musicales. No me apetecía entrar al teatro, quería quedarme en aquel patio que me llevaba hasta el cielo, era mi música y la de nuestros ancestros, era el baile de la vida. Me gustó sentirme acompañada de tantas mujeres que ahora cantan a coro, que muestran lo que estamos logrando, que se alegran de estar con otras. Me gustó lo que dijo Pachi Poncela, lo que habló con ese desparpajo la chica deportista, cómo se movió la mujer que se deslizaba por una cinta que caía del cielo y lo que dijeron las dos Begoñas: "Hay mujeres que no se sienten feministas, pero que defienden la igualdad" y "Quiero la mitad de todo", sí, yo lo resumiría con estos dos titulares, ya que la oscuridad del teatro no me dejaba tomar notas y como tengo tan mala memoria, sólo anoté estas dos frases, allí, a oscuras, palpando el bolígrafo y la agenda que llevo en el bolso para anotar las cosas que me parecen valiosas. Cuando viví en Rusia cuatro meses por el año 1977 aprendí a celebrar el Ocho de Marzo. Para ellos es una fiesta muy importante en la que suelen obsequiar a las mujeres con regalos y "concesiones" a la conciliación. Ese día las mujeres no hacen nada en la casa, ellos cocinan, lavan, friegan y les regalan flores. Yo tengo entre mis recuerdos hasta telegramas que me mandaron desde Rusia para felicitarme por ese día. Veo a algunos inmigrantes del Este que trabajan por aquí que regalan flores a sus amigas y las felicitan como su día. Espero que hayan evolucionado desde entonces a contribuir en las labores de la casa más allá de ese día, pues, la verdad, conocí a un asturiano en Moscú que era uno de los " niños de la guerra" que era señalado por sus compatriotas como ejemplo porque igual pasaba la mopa, que hacía la compra, que era amoroso con su esposa. Hacía un día precioso, salimos otra vez al patio y nos obsequiaron con bollos preñaos que estaban deliciosos, yo los acompañé con agua, pero creo que también había sidra. Después de escribir esto, anoche me acosté con una terrible noticia que emitieron por la radio. Al parecer los hombres de Gadafi habían violado quince veces a una mujer de unos treinta años. Esta mujer irrumpió en un hotel donde se hospedaban periodistas invitados por el dictador y se puso a contarles su tragedia. Ya está bien de utilizar las violaciones a mujeres como armas de guerra, ya está bien de tanto horror. ¡Y pensar que alguna vez me han comentado que para qué sirve el feminismo en estos tiempos que corren!

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