Antonio Gala




Un día del año 1981 yo estaba viendo en mi televisor en blanco y negro una entrevista que Jesús Hermida le hacía a Antonio Gala. El escritor explicaba algo sobre las escasas o nulas expresiones de afecto de su bellísima madre, también decía que él había sido un niño feo, que era un niño-manzana (Pablo Neruda le decía a Miguel Hernández que tenía cara de patata. No me parecen malos ejemplos de comparación, pues lo mismo la fruta de la manzana que el tubérculo de la patata me parecen deliciosos de comer y saborear)y esta manera de contar su infancia tan triste me conmovió hasta el punto que me puse a escribirle algo y aquello que le escribí decidí mandárselo, porque yo lo admiraba profundamente, lo leía todas las semanas en el suplemento del “El País”, en la columna que él titulaba “Charlas con Troylo”, yo me identificaba perfectamente con aquellas charlas que él intercambiaba con un perrillo que era su mascota, igual que yo ahora hablo con mi gata como si fuera mi interlocutora más avezada. Por lo visto la única persona que le daba realmente cariño era el ama que lo cuidaba y sólo ella le había dicho que lo amaba. Muchos niños de familia “bien” conocen las expresiones de amor a través de las personas que los cuidan, porque las madres de entonces eran educadas para ser sólo esposas o sólo madres y descuidaban también el amor a su pareja, el caso es que antes también eran tiempos difíciles para mostrar los afectos, tocarse era casi pecado, la gente hacía el amor con la ropa puesta, la piel era la gran desconocida, la piel a veces ponía barreras de hielo entre las personas.
Escribí la carta con pluma, cuidando la letra y en papel del “galgo”. Parece que todavía estoy escuchando el rasgar de la pluma sobre el papel al deslizar las letras en azul sobre el inmaculado blanco. La carta decía así:
“Yo te amo quinientas mil veces. Y te lo repito tantas veces como debía decírtelo el ama, cuando eras un niño gordo, un niño-manzana. Oloroso, como en nuestra tierra huele la manzana, a lluvia, a todo lo verde que nos rodea.
Yo te amo, porque leo esos artículos tan-no-sé-cómo describir. Tú que sabes tanto de adjetivos, seguramente encontrarás un sinónimo para mi no-sé-cómo.
Yo te amo porque soy un alma sentimental, solitaria-solidaria, hambrienta de dulzuras escritas por ti. Tienes condición de postre.
Yo te amo, porque aprendí a decirle maravillosas tonterías a una perrita efímera que vivió conmigo cuando tú vivías con Troylo. Mi felicidad duró una sola semana, la tuya once años. Pero en esa semana le dije tantas cosas que si ella supiera escribir no sería en un solo tomo.
Yo te amo, porque todos los domingos voy a buscarte al Rastro de Gijón y te llevo debajo de mi brazo derecho, ya que en el izquierdo tengo que llevar un bastón, un bastón que no es tan bonito como los tuyos, ni tan poético tal vez, pero que tiene nombre y personalidad, y me es fiel.
Yo te amo, porque me gustan los hombres que fueron manzanas cuando eran niños, porque la manzana queda bien en el árbol, tirada en la tierra, en el frutero de mi madre, en los bodegones de ese famoso pintor, en las bocas que no tienen besos.
Yo te amo porque eres andaluz y conoces bien la nostalgia. Porque sé que añoras a Medina- Azahara, yo también.
Yo te amo quinientas mil veces, para que sepas que te amo igual que a todos mis poetas.
Soy una muchacha asturiana que también sabe lo que es la nostalgia, sentimental, hambrienta de niños-manzana, solitaria.
Con quinientos mil cariños:
P.D. Yo te amo.”
La carta fue bien recibida, puesto que él me contestó. Me dijo en una breve nota que en junio estaría en Oviedo y que me ofrecía sinceramente su amistad. La verdad es que yo no me lo esperaba, me quedé estupefacta. No sabía tampoco qué significaba que en junio estaría en Oviedo, luego supuse que seguramente estaría para ser jurado de los premios “Príncipe de Asturias”, no lo sé, el tiempo pasaba y yo no sabía cómo ponerme en contacto con él.
Por el verano vino a Gijón a estrenar una obra de teatro, creo que era “Anillos para una dama”. Me costó un montón decidirme y llamar al hotel donde se alojaba para preguntar por él. Al otro lado del teléfono me contestó una voz que dijo que era su secretario. ¡Hablaba igualito que él!, es que parecía su misma voz. Yo sé que cuando dos personas trabajan muy estrechamente llegan a parecerse en el tono de la voz, pero mi imaginación me dictaba de las mías y yo llegué a pensar que era él disfrazado de secretario, nunca lo llegué a saber, porque el “secretario” me dijo que cuando estrenaba que se ponía muy nervioso y que no podía atender a nadie, que mejor yo iba a ver la obra y cuando terminara la representación, pues que lo fuera a saludar. Me entró el pánico: ¿Qué le digo, de qué hablo con él, qué le cuento?. Estuve unos cuantos días pensando en personarme en el teatro a saludarlo y hasta albergaba la esperanza de que él me regalaría uno de sus bastones al ver que yo los necesitaba para caminar. Lo pensé tanto que al final no fui. Le escribí otra carta explicándole que no pude acudir a verle y a ésta no me contestó.
Yo le sigo amando.


Comentarios

  1. Mi querida Leonordeaquitania:
    Siento no haberte mandado noticias antes ,pero no siempre disponemos del tiempo necesario para hacer todo lo que tenemos que hacer.
    Yo sigo leyéndote y escuchándote.
    Gracias por tus comentarios,que me animan un montón.
    Un beso.

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