Pepe

Pepe disfrazado de gaucho

Pepe en La Patagonia

La goleta de Pepe

Pepe me mira desde su goleta, su barco-restaurante que adquirió con la liquidación que le dieron en la última empresa en la que trabajó. Un día navegando por la red se dio cuenta de que yo hablaba de sus Ojos de Gata y desde entonces me mira de una forma virtual. Nunca llegué a conocerle personalmente, sólo hubo una ocasión en que nos cruzamos en la carretera. El nos adelantó como el toro de Osborne, que lo ves en el horizonte de frente y luego se va dibujando en el reojo para acabar desapareciendo y confundiendose con la bruma de lo soñado o de lo que no sabes si fue realidad o imaginado: “Qué es lo que piensas, paisano, que hoy no escuchas los malvises, ni a la calandria en el llano y estás con los ojos grises, puestos en el mar lejano?”. Pepe venía de Francia de escalar montañas con su hijo. Hay gente que se busca montañonas lejos de su casa porque no puede escalar el montoncito de arena que tiene a sus pies y lejos se vuelve ingrávido, leve, fugaz y llega hasta lo más alto de lo que está lejos, pero no puede pisar lo más bajo de lo que está cerca. “No hay invierno sin verano” era su lema. Pepe heredó de su padre el gusto por la variedad en las mujeres, es decir, la monogamia sucesiva. Cuando le dijo a él -su excuñado- que se casaba con Ojos de Gata le contó  que estaría bien que un día de estos nos viéramos y nos conociéramos personalmente:
-Dile a tu novia que se traiga a una amiga cuando me la presentes.
-¿Pero no vas a casarte y estás muy ilusionado con la idea?.
- Bueno, estaré casado, pero no capado, ya que “ cambia de teja el gorrión y en vano canta el pinzón entre la flor del pomar. Tú sigues con la atención por sobre el monte hacia el mar”. Le gustaba mirarme desde su barco para ver si descubría algo nuevo sobre mis secretos, ya que para él “nunca era eterno el pesar”. Su padre le había contado de sus correrías con “las pajaritas” como él llamaba a las turistas que paraban en el bar donde él trabajaba de camarero cuando era joven
-Nadiesda ni se enteraba de cómo yo me tiraba a aquellas palomitas debajo del mostrador, no sé cuántas fueron, algún verano tenía hasta tres pedidos a la vez, allí en el suelo, allí mismo, sudando y jadeando como perros.
Quedaba lejos su pasado de hombre de campo. Ahora lucía camisa blanca y pajarita de camarero y yacía en el suelo de los restaurantes con “pajaritas” extranjeras, mientras su novia se mantenía virgen hasta el altar.
Pepe era como su padre, borracho y pendenciero, pero muy trabajador y amigo de frescachas, madrugador: “Siempre te vi tempranero, llevando al hombro la hoz y el cantar por el sendero y hoy no he escuchado esa voz que era de roble y romero”
A Pepe le gustaba la mujer Wendi, la mujer aniñada-niñera que le quitaba los pañales a Peter Pan. Intentaba convencerlas -tuvieran la edad que tuvieran- de que el canon ideal de belleza era una mujer con melena y flequillo. Decía que la melena hacía más joven, aunque fuera una melena canosa y sin brillo y tuvieras mil surcos en la piel de la cara, pues según él el pelo largo es lo que hacía joven a la mujer. Pepe tenía muy mala relación con su padre. Ni se hablaban. Para él su padre había muerto, así que para comprender el comportamiento de su padre necesitaba emularlo cuando estaba soltero: Una y otra vez, una y otra mujer y la novia virgen esperando en el altar para ser canonizada como esposa.
-Verás, nena, los hombres tenemos que ser un poco machistas, bueno, no mucho, la poquita dosis que vosotras necesitáis “pa tirar palante”...

Creación literaria del taller “escritura creativa”, combinación de un relato con versos de Alfonso Camín, escritor asturiano. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Ojos de Gata

Comentarios

Entradas populares