AUSENCIA DE NEPTUNO (ODA A LA SIRENITA DE COPENHAGUE)



¿Por qué es el viento y no tú quien me acaricia?.
 Quiero volver contigo a tus dominios, el mar, de donde me echaste, ¿recuerdas? yo era tu sirena preferida, cada día escogías para mi las mejores perlas y mandabas hacer los más bonitos collares para adornar mi cuello o para resaltar el oro de mi cabellera, ¿recuerdas, Neptuno, cuando hacíamos el amor entre las algas y aquella vez que nos escapamos de una fiesta de tiburones para ir a contemplar las estrellas desde una isla de coral? ¡Oh, Neptuno, déjame volver al mar de donde nunca debí salir!. Volveré a peinar tu barba con las espinas de los esqueletos y todas las mañanas colocaré tu corona de brillantes encima de esa cabeza que tantas veces he acariciado.
¡ Neptuno! yo nunca te he engañado. Tuve que besar a aquel muchacho, un infortunado marinero que estaba ávido de besos, necesitado de un sabor salado y dulce a la vez porque ¿sabes? las muchachas en la tierra saben a miel, los hombres no conocen el gusto salado de mis labios, porque, Neptuno, desde que dejé de besarte no sé besar a nadie.

Tus besos eran como las olas, se tragaban unos a otros ¡que bello besas tú. Neptuno,¿ por qué no me dejas estar contigo?. Estoy segura de que no hay ninguna sirena que sepa acariciar tu cuello, saborear los más caros deleites del corazón y acurrucarte entre mis senos de cristal.

Neptuno, muchas veces me asomo al mar y ruge: sé que eres tú cuando discutes con los leones marinos. Otras veces gime el mar y yo quiero nadar hasta su fondo para darte mi ternura porque sé que estás llorando.
¡Oh, Neptuno! no encontré más muchachitos necesitados de sabor salado, no encontré gentes con ganas de aprender a besar, no encontré más que soledad del mar. Y aquí me tienes, cautiva en la tierra, dejando que se marchite mi belleza, dejando que se evapore mi ternura y llorando sola por tus labios, por tus manos y por tu sonrisa.
Desde la tierra tu voz suena diferente, pero desde mi concha  de cristal yo escucho tu voz melodiosa llamándome Estrella como cuando íbamos a besarnos a las islas de coral. Llevabas los ojos cubiertos con un antifaz de diamantes para que las estrellas no te descubrieron y no  envidiaran tu belleza. Siempre que me besabas yo lloraba de felicidad y mis lágrimas eran luego los collares que adornaban mi pelo. Cuando tocabas mi pelo yo me estremecía, me ablandaba y me convertía en el agua limpia que tú utilizabas para lavar tus manos, purificar tu corazón, para beber mi alma en ella. Bebías, me absorbías. Y ahora no estás conmigo.
¡ Neptuno rey del mar! cuando miro las olas quiero marcharme, navegar con ellas y hallarte en el fondo para saborear el brillo diamantino de tus ojos con sabor a mar, como mis besos.

Pediré a los dioses que me conviertan en una estatua de sal, para estar allí cada mañana, ávida de sorprender tu mirada…

                                               Gijón, 15 de enero, de 1979


                                                                                                           

                                

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