Pepe y sus mujeres



Yo estaba sentada tranquilamente en mi diván de pensar cuando me llamó Pepe. Miré extrañada el reloj para comprobar qué hora era, si eran horas de llamar a una que descansaba en un diván de pensar. También me sorprendía que Pepe, tras seguir sus pesquisas y rastrear en la red, diera con mi IP y me localizara. La gente como él acaba averiguando cuestiones tuyas muy íntimas, como el volumen exacto de tus bolas chinas o los ejercicios que practicas cada día para mantener tu suelo pélvico en forma. Pepe me llamó para decirme que estaba al tanto de lo que me pasaba y que desde su goleta me observaba como cuando miras cada día el tiempo que va a hacer y te consuela tanto el que va a llover como que va a hacer sol, ya que dependía de los planes que tenía proyectados para su carácter de escalador nato. Pepe me encantó en persona, es decir, en voz, nos hicimos grandes amigos y comenzamos a llamarnos todos los días, a pesar de lo intempestivo de la hora de sus llamadas. Solía llamarme cuando estaba en estado alfa, es decir, en lo más profundo de mi sueño, y desde allí me soltaba monólogos interminables sobre su vida y sus amoríos. Estaba obsesionado con las mujeres, siempre buscaba a la misma, pero necesitaba que tuviera diferentes caras para no aburrirse, aunque se aburría porque lo que verdaderamente le asustaba era quedarse solo frente a sí mismo y a su soledad. Le aterraba estar solo, no sabía estar solo y por eso se acompañaba aunque fuera de una planta y hablaba con ella sin parar. Pepe tenía un encargado para su barco restaurante que le llevaba todas las cuentas y que tomaba las riendas de su negocio, así que eso le daba plena autonomía para charlar conmigo todo lo que le apetecía y a todas las intempestivas veces que le diera la gana. Yo terminé cogiéndole mucho cariño a Pepe, no voy a negar que era un hombre apasionado en el hablar y en los gestos. te repetía mil veces lo mucho que te quería y lo guapa que estabas aunque llevaras los bigudíes puestos, esto a él no le escandalizaba, más bien lo consideraba un gesto de femineidad que lo excitaba sobremanera. Como él estaba en el sur y yo en el norte y no podíamos vernos presencialmente nos inventamos una manera de ir juntos de compras y nos daba por comprar en las tiendas de los chinos de internet o visitábamos la web de Leroy Merlin para comprar destornilladores a bajo coste para ir haciendo el ajuar soñando con todas las estanterías que él me iba a colocar en mi casa para que yo ordenara los papeles que yo tenía perdidos en los baúles de mis recuerdos. A veces se ponía impertinente porque me consideraba suya sin que yo le hubiera dado la confianza y me decía:
-Te amo, ¿tú me amas?
-Sí, te amo.
-Nunca me dices que me amas. Yo ya te lo dije hoy cuatro veces.
-El amor no se cuenta, se hace- Le contestaba yo un poco hartita de tanta solicitud contable...

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