LA LADRONA DE LIBROS


Había ido al cine con la idea de que esta película era "carne muerta" según le escuché a un crítico, que ellos parece que saben mucho de estas cosas del celuloide y al salir de verla también escuché a alguien comentar: "No vuelvo a hacerle caso a Carlos Herrera". Otra persona me dijo que era muy plana, que no conseguía emocionar. La verdad es que todos los ambientes cinematográficos que se desenvuelven en un ambiente donde florece el nazismo a mí consiguen ponerme nerviosa, es decir, emocionarme, porque la emoción puede ser negativa o positiva, pero siempre es algo, aunque te desasosiegue.
Hay algo en la estética del filme que me conmueve, y es la belleza de los niños, el niño y la niña protagonistas son hermosos, dulces, agradables de contemplar. Igualmente me gustan los cuatro decorados principales, el sótano, con esos tarros de conservas apilados en estanterías y la pared pintada con letras, siempre investigando el origen de las palabras, la importancia que tienen las palabras para nosotros, las mal dichas y las bien dichas, las que se escriben con amor, las que se describen con odio y resentimiento. Es un canto de amor a los libros (¿qué sería de mi vida sin libros?), la librería de la casa del alcalde es preciosa, cualquiera que ame leer se pasaría horas en ese romántico habitáculo. La casa es acogedora, la mesa donde comen, la cama donde duermen, la escalera que suben y bajan con incertidumbre y con esperanza. El último decorado son las calles del pueblo, donde los niños juegan, se sorprenden, aman, aprenden.
Los tiempos son difíciles, pero en esos tiempos hay personas que arriesgan su vida por otros, eso deja un recuerdo, un posit en el corazón.
Magnífica la interpretación de Emily Watson, una mujer que al principio es rígida y estricta y luego muestra su lado vulnerable y sensible. Es curioso que esa tarde yo había ido a nadar a la piscina antes de irme al cine y cuando estaba flotando en el agua salada para alcalinizar mi cuerpo se me acercó una mujer con la disculpa de que las dos estábamos contemplando a una bebé de cinco meses y a su padre nadando en el agua. La mujer comenzó a contarme que tenía un niño en acogida. Hermosa esta iniciativa que ayuda a sanar a niños y niñas emocionalmente dañados y, además, sanamos a nuestra niña o nuestro niño interior. Tenemos la necesidad de sanar a la sociedad por medio de los niños, no con adoctrinamiento (como hacían los nazis), sino con límites amorosos. Eso es lo que hace el personaje de Emily Watson.
Me gustan los abrazos que la niña le da a su padre de acogida y lo buenazo que es este hombre.
-Las palabras son vida. 
-El día está pálido. El sol parece una ostra de plata.

A mí si consiguió emocionarme esta película

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