In memoriam

Hoy fui con mi hija al cementerio a llevarle unas flores a mi madre, unas sencillas margaritas que adornaran su lápida. Rezamos una oración y nos pusimos a hablar de ella. En un nicho al lado del suyo había una vela encendida. Nos extrañaba que a aquellas horas de la tarde alguien dejara una vela encendida y mi hija comenzó a recordar algo que le había pasado con su abuela en cierta ocasión en que yo estaba de vacaciones en Málaga y que está relacionado con las velas. Resulta que mi madre encendía velas de esas que se llevan a la iglesia y que están proptegidas por una funda roja de plástico. Ella de una manera prudente las dejaba encendidas dentro del fregadero, para que no fuera a ocurrir un accidente fortuíto como que uno de los gatos la volcara sin querer y fuera a ocurrir una desgracia. Mi hija había salido aquel sábado por la noche y llegó a las tantas con hambre. Sacó una pizza del congelador y la puso a calentar en el horno. Como estaba muerta de sueño y el horno no tenía alarma ni temporizador programó su despertador para que la llamara cuando más o menos la pizza estuviera lista para comer. No escuchó el reloj porque estaba profundamente dormida y la pizza comenzó su proceso de carbonizado lento adquiriendo una forma convexa y retorcida, unas manzanas asadas que dormitaban en el horno también la acompañaban en su sepelio y la potita que las contenía adquirió unos matices negros a juego con el desastre de la quemazón. Mi madre dormía, ella tenía un olfato de sabueso, así que hasta sus narices le llegó el olor de lo que se avecinaba como trágico y pensó que era su vela que estaba ardiendo. Se levantó veloz de la cama y cuando vio lo que pasaba rescató del horno los restos del alimento calcinado y apagó el horno.
-¡La vela, si no fuera por la vela hubiera ocurrido una desgracia!- gritaba ella dándole el poder de salvación a los espíritus a los que ella había invocado encendiendo aquella luz en medio del fregadero.
Cuando me lo contaron por teléfono creí que me daba algo. Lo curioso es que mi madre ya padecía en esos momentos las secuelas del alzheimer, pero en ocasiones nos llamaba la atención las cosas que percibía y tal vez su instinto de protección hacia nosotras siempre lo había conservado intacto.
Cambié de horno, pues a partir de este episodio el aparatito empezó a funcionar mal y me compré uno con temporizador, que se apaga aunque tú no tengas memoria y mi hija dejó de calentarse pizzas cuando venía de trasnoche.
Curiosamente, mientras escribo esto encendí una vela en un recipiente que en la base le pones una velita de esas pequeñas y en la parte de arriba un aceite esencial para que desprenda olor, en este caso a piña. De repente comencé a escuchar un ruido extraño y miro para la vela y estaba ardiendo más de la cuenta, como queriendo salirse del recipiente. La tuve que llevar hasta el fregadero y apagarla con el chorro de una tetera, pues si soplaba salía una llamarada que me podía quemar la cara.
Realmente los espíritus nos acompañan y nos gastan bromas. Mi madre me manda su sonrisa donde está izando velas...

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