Los hibiscos




Los hibiscos están muertos, desparramados en la tierra de los parterres que custodiaban la terraza. El apenas los regaba, dejaba esa labor para sus vecinos, los que tenían las terrazas al lado de la suya. Los hibiscos no eran nuestros, eran más de los vecinos. Las flores salen de día y lucen su colorido esplendor y se caen por la noche, todos los días te regalan flores nuevas, es como el amor renovándose. Yo me voy en sueños muchas veces a aquella casa donde vivía en mis vacaciones un amor de verano. Entraba el calor a raudales y yo me asfixiaba, tampoco soportaba el frío artificial del aire acondicionado. El quería dormir la siesta con el aire acondicionado puesto, mientras yo lo contemplaba y esperaba a que se despertara para ir a la playa o a algún lugar a tomar el fresco. Yo no necesitaba dormir aquellas siestas interminables, porque estaba de vacaciones y no venía de pelearme con máquinas u hombres adictos al trabajo como él, así que decidió regalarme un toldo para su terraza para poder dormir la siesta sin encender el aire acondicionado. No tengo ninguna foto dentro de aquella casa, por eso mi sombra se pasea por ella y visita los objetos que algún día tocamos con la esperanza de que adornaran nuestro cariño mutuo. Allí quedaron prendas mías que él no me quiere devolver, como para que mi presencia en aquella casa se solidifique en forma de recuerdo. El ya no vive en aquella casa, dice que la visitará algunas veces por el verano, que sólo va a subir y bajar las persianas para que el aire se mueva por ella. Una vez le bordé un cojín, dos ositos, un oso y una osa abrazados en forma de regalo con un lazo rojo, pactamos que me lo devolvería si nuestro amor se terminaba y no me lo quiere devolver, dice que es un recuerdo de algo que yo confeccioné con cariño para él. Los ositos están en aquella habitación decorada con el rojo de la pasión, sobre el sillón de madera de olivo comprado en Ronda. El me había prometido que yo elegiría todos los muebles de la casa, pero sólo aceptó la sugerencia que le hice de una cama con barrotes, porque le comenté que esos barrotes me ayudarían a dar rienda suelta a mi expresión del placer agarrándome a ellos cuando éste se manifestara. Los vecinos escuchaban mis gemidos y le contaban que las paredes parecían de papel, pues se oían voces de parejas haciendo el amor sin sospechar que éramos nosotros. Ya no sé cómo estarán los hibicos de su terraza, ya no pienso en ellos con aquella nostalgia de mayo -la última vez que hablé con él- y en mi casa hay un hibisco que me dio flores por el verano. Ahora tiene unas hojas verdes que me dan mucha esperanza, brillan porque los riego y hasta han sobrevivido a mis vacaciones de setiembre, a pesar de mi ausencia. Todo se fue al traste, todo parecía mentira cuando se mira para atrás, pero algo camina en mí y echa a correr hacia la esperanza, como el color de las hojas de mis hibiscos de invierno...

Comentarios

  1. Ya veo que vuelves con ímpetu,el otoño también es,a veces,nostalgia.
    Un fuerte abrazo.

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  2. Tengo muchas ganas de escribir, me lleva a hacer viajes para los que a veces no tengo hechas las maletas.
    Un abrazo.

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