Muertos

Esta mañana me levanté con grandes pretensiones de poner en orden mi colada. Mientras planchaba la ropa que estaba en el tendedero y ponía la lavadora para volver a tender me venían los recuerdos del día de ayer, cuando fuimos al teatro Riera a las jornadas contra la violencia de género. En la Casa de Encuentros para Mujeres íbamos a asistir a la entrega de los premios del “I Certamen Literario de Cartas de Amor”. Planchaba las toallas. los pijamas. doblaba calcetines, medias, braguitas y sonaba la música de María Jiménez que me hacía moverme y bailar por toda la casa. Iba del cuarto de la lavadora al cuarto del tendedero y bailaba, bailaba y cantaba sin parar. Me reía con lo que hablé anoche con dos amigos por teléfono, también hablé con Antonio y Paloma, vi al perrito Max por el skype y me desbordé en palabras cariñosas hacia él. Bajé al garaje a por una alfombra para ponerla en el salón y abrigar mi casa de lana callejera. La alfombra estaba envuelta con un plástico negro, como los cadáveres que vemos en las pelis de las series policiacas. Inmediatamente se me ocurrió que yo estaba subiendo un muerto de mi garaje. Mi hija llegaba con su cámara y le dije que hiciera una foto a este muerto, que parece un muerto, pero que es mi alfombra. Me deleitaba planchando y escuchando a María Jiménez canciones de Joaquín Sabina. Las cartas que ganaron en el concurso eran cartas a los muertos, a un amor que se muere, a un amor que ha muerto, todas eran de muertos. Esa misma noche me contaron la historia de un hombre que decidió mitigar el dolor de una separación matando a su mujer, es decir, imaginando que ella estaba muerta, ella ya no vivía más para los restos de su vida, defenestró la cama donde había dormido con su amante y precintó el baño que ella había utilizado en la casa y no volvió a entrar en esa pieza. En ocasiones veo muertos, no los hemos enterrado, no los hemos llorado. Hay que pasar el duelo, llorarlos, aceptar que se ha ido y nos han dejado parte de su amor. Si sólo prevalece el último mal que nos han hecho es que no se ha terminado la historia, no se ha finiquitado, Una cinta amarilla que pone: “no pasar”, un precinto que sella el dolor para que no pase hacia dentro. Estás muerto, pero no voy a tu entierro, estoy entre las paredes de nuestra casa, muerta. He sacado la alfombra del plástico y ahora luce como un mar con un mosaico de colores en su centro, El mar representa a las emociones, el mosaico a la alegría.
En la Casa de Encuentros para Mujeres la sala donde hacemos los talleres estaba cambiada, engalanada para entregar los premios del certamen literario. La mesa estaba cubierta de pequeños ramitos de flores que nos regalaron a las participantes. El ambiente era precioso, dijeron las de la Asociación Rita Caveda que el nivel de las participantes había sido muy alto. Estoy ansiosa por leer las cartas, pues van a publicar un libro con todas ellas y me parece una idea estupenda. Está bien que las mujeres escribamos sobre el amor, porque somos las que más sabemos de ello a través del amor que tenemos a los niños, en algún momento de nuestras vidas -incluso aunque no hayan sido madres- un niño/a nos ha llegado al corazón y nos ha enseñado el amor de manera espontánea y noble.
Ese día poco antes de ir al certamen yo me había imaginado que si me premiaban la carta yo diría unas palabras. Y allí me veía yo soltando un discurso que hubiera comenzado más o menos así:
“Quiero dedicar un pequeño homenaje a mi abuela paterna, de la que creo heredé la costumbre de escribir cartas. Mi abuela fue cartera durante un tiempo. Repartía las cartas en una charré, lo dejó por motivos de salud y porque supongo que no le pagarían mucho. Mi abuela tenía cuatro hermanos que emigraron a Cuba para librarse de la guerra y ella y mi bisabuela estaban siempre esperando a que llegaran aquellas cartas que les traían noticias de sus hijos y hermanos. Mi abuela y mi bisabuela sólo llegaron a volver a ver a uno de los cuatro que emigraron, que volvió por un tiempo, pero que luego se marchó otra vez y ya no volvió más. Cuando estuve en Miami en el año 1998 conocí a una parte de la familia que nunca había visitado España y me llamó la atención el que me contaran gente que no eran familiares directos que siempre estaban esperando las cartas de mi abuela, porque contaba las cosas que pasaban en España de una manera especial. No tengo en mi poder ninguna carta de mi abuela, no sé cómo escribía ella, tal vez alguien de la familia conserve alguna carta de ella que me gustaría recuperar, pero sí es verdad que en mis costumbres se arraigó la necesidad de escribir cartas desde los nueve años. Y llegó el momento en que a tal punto hay cosas emocionales que se heredan, que me enamoré de una carta que me escribió un chico palestino que conocí en Moscú en el año 1977, a donde yo fui a operarme de mi pierna afectada por la polio. El estudiaba medicina y por lo visto se enamoró perdidamente de mí, es verdad que me lo dijo en persona, pero yo no se lo creí. Cuando recibí su primera carta fue tanta la emoción que me provocó que comencé a llorar y a llorar con gran desconsuelo. La carta era preciosa. Una de las cosas que me decía: “Era verano, pero la nieve lo eras tú”, comparándome con la belleza que tiene la nieve en Rusia. Nuestro amor nunca llegó a hacerse materia, era todo soñado, cartas, cartas, me mandaba libros, postales desde donde viajaba por Rusia, fotos dedicadas. Yo le tejí un jersey, él me mandó un pañuelo palestino y una blusa haciendo juego. Estuve casi tres años pensando que alguna vez el vendría y nos iríamos a vivir a Jordania o él vendría a quedarse conmigo, pero lo expulsaron de la universidad y se marchó para su país y nunca más supe de él. La última carta que me escribió se la dictó a una estudiante de medicina hondureña y la chica me contó en persona que él lloraba mientras le traducía la carta. Toda esta historia tenía mucho mérito, porque él la pensaba en árabe, la escribía en ruso y la mandaba traducir al español a los estudiantes de medicina que eran de América Latina. La carta que presenté al certamen está compuesta de una dedicación a mi última relación amorosa y termina con la carta de este muchacho, que me hizo soñar mucho, esperar al cartero con ansias desesperadas y aficionarme a escribir contando mi vida, costumbre que ahora tengo desarrolada gracias al blog, pues para mí esta práctica no deja de ser el seguir escribiendo cartas...”
Otro día pongo la carta que presenté al concurso, me gusta jugar un poco a ser como Seherezade.

Comentarios

  1. Dios Santo, de verdad que parece que hay un muerto en tu casa!!!!!
    Pero me alegro de que no sea cierto, y me alegro de que tu carta no hable de muertos, sino que sea la añoranza del amor que nos estremece lo que la protagonice.
    Seguro que me va a conmover...

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