La araña

Pedí perdón a la araña antes de matarla. Mi cerebro reptiliano no las soporta. Recuerda cuando esperaba en la cueva con mis crías a que viniera él de cazar los mamuts. La cueva estaba llena de arañas y él me las mataba. Sí, sí, y luego digo que no tengo memoria, pero para lo de las arañas me acuerdo de hace millones de años.
Me compré un arbolito, tan bonito que parecía un acebo rojo, así que decidí ponerlo en una maceta, dicha maceta estaba en la ventana, a la intemperie, y habitada por una araña. La araña salió de su guarida terrosa y entró en mi lavadora. Le di una patada al ojo de buey y quedó herméticamente cerrado con la araña dentro. Le programé un falso centrifugado, sin ropa, sólo con araña. Ahora mismo me dispongo a meter mis sábanas, porque los sábados por la mañana ordeno mi casa mientras escucho rancheras o a María Jiménez (“tú que eres tan guapa y tan lista, tú que te mereces un médico un dentista”) y bailo y canto y empecé a pensar, bueno, yo no, mi cerebro reptiliano, que la araña era una araña milenaria como mi cerebro reptiliano y que había sobrevivido al centrifugado y cuando yo metía la mano para introducir las sábanas ella me enganchaba con su pata y tiraba de mí hacia el tambor de la lavadora:
-¡Ajá, esta es la mía, cabrona!- me diría con sus dientes de araña asomando por su boca abierta.
No pasó nada, es mi cerebro reptiliano que no soporta estar parado.
Lola me había enseñado en Lanzarote que se podía lavar la ropa sólo con bicarbonato y sal. Ella atendía a una “mujer burbuja” que padecía alergia a todo. Antes viajaba por todo el mundo, era periodista y ahora estaba en casa confinada, sin poder salir por culpa de las alergias. Nadie la puede tocar, nadie puede acercarse a ella, ni abrazarla, porque la contaminan. Suena la canción “Contamíname” y por eso me acuerdo de esta mujer. ¿De dónde vienen las historias? Esta no es de mi cerebro reptiliano, ésta es del inocente, según Facundo Cabral, al que estoy escuchando porque en el grupo de poesía vamos a preparar un recital en homenaje a este poeta. Yo ni sabía que había muerto en julio, tristemente asesinado. Me recordó a Rafael Amor, que cuando actúa canta y cuenta cuentos, cuentos chiquititos y no sé qué es lo que más me gusta de él, si cómo cuenta los “cuentos” o cómo canta, bueno, las dos cosas las hace muy bien.
Eché un poco de bicarbonato en la lavadora y algo de detergente para que el lavado no sea tan revolucionario y tenga un poco de convencional, hice unas fotos a mi diario y bajé al trastero a por el árbol de Navidad. Pedí hora en la peluquería, pero no me la quisieron dar.Pienso grabar en un cd las canciones de Chavela Vargas que me mandó Montse. Voy a hacer brócoli con bechamel, me sale de rechupete...

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