Mi gata Nana

Si no fuera porque me tira todos los cachivaches que tengo encima de mi cómoda y de las mesitas de noche que tengo en mi habitación, yo dormiría con ella todas las noches, para escuchar su ronroneo que me arrulla como si fuera una madre ancestral. Cuando ella ronronea porque yo le digo cosas o porque paseo mi mano por su precioso pelo largo, ella me regala un ronroneo y yo por eso me siento en ese momento una buena persona. 
Me la regaló él cuando la pasión le desbordaba los bolsillos y le daba por regalarme todo tipo de chucherías.
Nana juega al escondite conmigo todo el rato. Sabe cuándo me voy a dormir porque observa mis costumbres: No necesita que le diga nada, que le dé un parte de incidencias tan en boga últimamente. Ella escucha el ordenador apagarse y se esconde y salta y salta, se mueve de un lado a otro. Yo quiero sacarla del salón para que no me tire las cosas y ella salta, se esconde, se agazapa. “Ahora vamos a jugar a que tú me pillas” parece que me quisiera decir, bueno, parece, no es que me lo diga con su lenguaje corporal, tan en boga ahora.
Cuando yo era muy chiquitina mi madre urdió un plan para ponerme para Reyes el mismo muñeco, ya que no tenía dinero para comprarme uno nuevo. Decidió tejer un traje nuevo al muñeco y al disfrazarlo de esa manera yo pensaría que era nuevo. Seguro que lo consiguió, ya que yo no recuerdo reconocer al “antiguo” muñeco disfrazado con su traje nuevo. Lo que sí recuerdo es que ella continuamente contaba que se había quedado toda la noche tejiendo el traje para que yo no me enterara de que lo estaba haciendo. Muchas costureras cosían de noche, porque era un momento de sosiego, de paz, cuando se podían concentrar en su labor, en el silencio de la noche. Pero ella me lo contaba como si hubiera sido un sacrificio. ¡Qué educación tan horrible, la antigua!, cambiar la palabra “sacrificio” por “gozo”: “¡Cuanto disfruté tejiendo aquel trajecito para el muñeco, hasta las tantas, yo sola, con mis pensamientos y mis manos, tejiendo aquella hermosa prenda para mi niña!”. Parece que mi madre me está dictando esto.
“¿Qué boca  borrando estará los besos que yo te di, corazoncito tirano?” suena una ranchera que le compré el otro día a Ramón El Africano, mientras cenaba con un amigo y una amiga en “La Capilla”, uno de los pocos restaurantes en los que se puede entrar con silla de ruedas en Villaviciosa.
A Nana le gustan los caramelos para perseguirlos por el pasillo. Le gustan porque tienen un sonido crujiente y ella empuja su dulzura como si fuera una lanzadora de estrellas.
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Comentarios

  1. Me ha resultado delicioso leerte.
    Hay una inocente emoción en tu escrito que me ha cautivado.

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