Actos de amor

El miércoles fue un día intenso. Comenzando porque por la mañana me entero que me toca la cita anual con el ginecólogo. Acudir a esa cita para mí es ponerme tensa e intensa. Mientras esperaba para que me llamaran establecí una serie de diálogos con las mujeres que estaban allí esperando. Antes de eso yo había llamado a una puerta que se supone era sólo para embarazadas, pero por mi edad no quería decir que yo no podía tener hijos: ¿No los tuvo hace poco la periodista Ana Rosa Quintana, que es de mi edad? Pues a raíz de contar eso en voz alta, sin conocer a nadie de las que estaban allí -últimamente me encanta hablar con desconocidos/as, como si estuviera en un chat, pero real, no virtual, es decir, hacer un foro de debate en plena consulta médica- establecimos unas conversaciones muy femeninas sobre tener hijos/as, sobre los nietos. Una de las contertulias nos enseñó su niña en el móvil, que la había tenido con 39 años y estaba la mar de contenta con ella. Por momentos me daban subidones de alegría, me pasa eso últimamente, que me da una alegría tan extraña y a la vez tan natural que no la puedo esconder y salta como un resorte. También lloro, pero mejor lo dejo para hacerlo en privado, no vaya a ser que asuste al personal y se pongan a consolarme, y eso me da un poco de corte. Paso a ver al gine, es decir , a que él me vea y me cierro de piernas. El me dice que si me pongo tensa que me va a doler más, y eso ya lo sé yo de hace muchas décadas, cielo, pero me cuesta controlarlo. Entre la risa de antes, ver las fotos de la niña de la de 39 años y mirar para todas las embarazadas que estaban esperando en la consulta no me preparé para relajarme ante el gine. A los dos intentos me pudo hacer el papanicolau ese para saber mi estado general uterino. Salgo de allí más contenta que unas pascuas y me voy para mi trabajo. Al poco de empezar a trabajar viene una compañera inspectora y me arma una bronca de mil pares. Yo le contesto y le saco mi ira, que dicen que no la saco porque siempre estoy sonriendo, pero no es cierto, cuando tengo que enfadarme me enfado. También estuve llorando, se me saltó la lágrima, estoy un poco bipolar, voy del llanto a la risa como nada. Empecé a pensar que aquello no podía pasarme a mí, que lo había soñado. Tenía que ir al taller de teatro que se las prometía felices y donde tenía que sacar la ira en el papel de una mujer que sentía nostalgia de sus días de pasión y desenfreno. Me voy a un café a comer algo. Pido un pincho de tortilla y un zumo de uva. Se me acerca una gatita preñada -esta tenía que haber ido conmigo al gine esa mañana- para que le dé de mi comida. Me lo pienso unas cuantas veces y al final le doy un trozo de tortilla, porque la gata se me subía encima y no me dejaba disfrutar del mio. Estoy cabreada pensando en la inspectora y la bronca y en ese momento un hombre que para mucho en ese café y que tendrá unos setenta años, es un hombre que está solo, sin esposa, sin hijos, no sé si tendrá parientes, siempre está solo y anda algo desaliñado. Es como el alma del bar. Siempre está allí y cuando entro en el bar a vender él me sonríe. Tiene una sonrisa picarona de niño bueno y a mi me sonríe con mucha alegría, con mucho cariño. Entra en la cocina del bar, y viene de allí con un plato repleto de frutas: albaricoques, y fresas, recién lavadas, cubiertas todavía de gotitas del agua fresca que utilizó para limpiarlas. Cojo una fresa, mientras le doy las gracias mil veces y con gran entusiasmo, toda emocionada, sorprendida por este acto de amor, y la fresa huele a fresa-fresa y sabe mejor todavía.
-¿De dónde sacaste esto, Toño?
-Me lo regalan las mujeres de la plaza (las aldeanas que vienen el día del mercado). Tengo unas cuantas cajas ahí dentro.
-Muchísimas, gracias, pero no puedo comérmelo todo. Están riquísimas
La boca se me hacía agua y los ojos casi también.
Para mí fue el acto de amor del miércoles.
Me fui para la Casa de Encuentros para Mujeres con un sabor dulce en la boca, a dar rienda suelta a la ira de la mujer ésta que tiene que desatar sus pasiones.

Y todavía me pasaron más cosas ese día, estupendas, maravillosas. Sólo tuve que observar dónde se escondía el amor en los pequeños gestos de la gente sencilla.

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