Día mágico

Anoche estuvo hablando por teléfono hasta las tantas con ese amigo que se interesa tanto por ella últimamente. Casi tres horas de charla. La última media hora él insistía en que en algún momento deberían buscar la ocasión para darse un beso, porque los dos lo deseaban. Comenzaron a negociar, a disertar, a tirar y aflojar sobre los pros y los contras de besarse. Ella estaba por los contras, porque suponía que después de ese beso vendrían otras cosas que le restarían la libertad de la que ahora disfruta. Se acostó sumamente relajada, porque este muchacho le regala mucho los oídos diciéndole cosas hermosas, palabras que resuenan cálidas y prometedoras. Se fue para la cama y tuvo un dulce sueño. Al despertar recordó que había soñado que su amiga Roni le decía que fuera a la Pola a presenciar la boda de su nieta. Roni y parte de su familia estaban tomando flores de Bach que ella les había prescrito para los nervios de la boda.
Despertó a su madre, la aseó y le dio el desayuno. Echó unas risas con ella en un dialogo un poco absurdo si se escucha desde afuera, pues su madre piensa que ella es su hija, pero las dos se entienden en ese código secreto.
Se preparó como si fuera invitada a la boda, se puso los pendientes que tienen dibujado un unicornio, que le gustan tanto a Roni, como para darle suerte.Cogió el coche. Mientras conducía iba mirando las montañas y las pequeñas cascadas de agua que discurrían por ellas. Llovía mucho, con ganas. "Boda mojada, boda afortunada" dijo luego el cura. Llegó a la iglesia y allí estaban los gaiteros tocando, la gente engalanada, la iglesia adornada. Llegó algo empapada a la iglesia, porque se olvidó el paraguas en casa, pero eso tenía la más mínima importancia, porque ella era afortunada en tener una amiga como Roni, que al verla en la iglesia le dio un abrazo emocionada, pues no esperaba verla allí. Ella no conocía a la novia (sólo de hablar por teléfono para prescribirle las flores de Bach), se acercó a ella a felicitarla y la novia le correspondió con una sonrisa generosa, cálida y pletórica del primer día del resto de su vida. Se marchó de la iglesia pisando con cuidado, pues a la salida algunos invitados habían derramado pétalos de rosas, arroz, espaguetis por el suelo y temía resbalar con tanto alimento suelto.
Su amiga la acompañó hasta el coche con el paraguas. Decidió ir de compras. Estaba pensando que si iba a tener un nuevo amante debería, al menos, renovar su vestuario interior, así que le pareció que iría a Primark a darse un gustazo de braguitas, sujetadores, medias, camisetas, pijamas. Empezó a elucubrar. Le dio por pensar que si lo encontraba allí a él le daría un beso, sí, en medio de aquella gente aturullada por las compras sabatinas lo besaría allí mismo, entre las bolsas, los probadores, las prisas. Miró para todos los lados, buscó por todas las esquinas y no se daba esa casualidad, no había esa magia. Hoy no era el día del beso, puede que no vaya a ser nunca. Un beso no se negocia, un beso no se habla, un beso no se dice.
Se marchó, se fue a la playa de La Isla a recordar otro beso siete años antes. La playa estaba sola, las olas rompían en su justa medida, ni muy suaves, ni muy bruscas, llegaban a la orilla meciéndose, como si cantaran una nana a la arena. No quería marcharse de aquella playa. Seguía lloviendo y la lluvia no molestaba, era afortunada, resbalaba por su pelo como la cascada de las montañas y la música de las olas la acompañaba con el recuerdo de la silueta de un hombre que la esperaba hace siete años en aquella playa...

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