Viaje a Barcelona

Viaje a Barcelona
En el año 2006 yo tenía costumbre de leer cada sábado el suplemento semanal del periódico "El mundo", es decir, la revista "Yo dona". En ocasiones proponían a las lectoras que participaran haciendo comentarios sobre los artículos. Una marca de té premiaba las cartas de las lectoras, que deberían tener una extensión máxima de diez líneas -cosa difícil para mí, pero no imposible, ya que suelo extenderme mucho cuando escribo sobre algo que me apasiona-. Pues nada, me atreví a comentar un coloquio que se estableció en la revista sobre los culebrones y mi carta fue elegida. El premio consistía en un viaje a Barcelona ida y vuelta con estancia en un hotel de 4*, alojamiento y desayuno para dos personas durante dos días, jueves y viernes a presenciar la Pasarella Barcelona, donde varios diseñadores/as españoles presentaban sus creaciones de ese año como adelanto de temporada.
Decidí ir con mi hija, que en aquel momento tenía 18 años y estaba en plena flor de la edad, pero llena de complejos. Una de las cosas que más la consolaron fue comprobar que las modelos también tenían celulitis. Para ella fue un alivio. La verdad es que cuando vemos a estas mujeres por televisión o en las revistas, al no verlas de cerca nos las imaginamos con perfecta belleza (que es sólo obra de nuestra baja autoestima, el verlas así). La belleza es algo muy subjetivo: Que se lo pregunten a Rembranth y sus deliciosas "Tres Gracias" gorditas.
Mi hija y yo fuimos a hacer un viaje iniciático con nuestras contradicciones y nuestras coherencias y salimos muy bien libradas de este recorrido. Ella vio a las modelos que eran como ella, se congració con ellas; que tenían los mismos "problemas" que ella: Eran hermosas, jóvenes, apasionadas, graciles caminando y tenían celulitis como ella.
Sólo estuvimos dos días -el premio era así, jueves y viernes- y lo aprovechamos al máximo. El hotel donde nos alojamos tenía una piscina en la azotea y nos pasábamos más tiempo nadando y tomando el sol en aquella piscina que viendo el desfile de modelos. Por la mañana desayunábamos copiosamente en el comedor del hotel y allí vimos a Jesús Mariñas charlando en una mesa con un chaval. También me llamó mucho la atención una mujer vestida toda de negro con un traje de faralaes, su peineta, su mantilla y gafas de sol -como la artista Martirio- que siempre iba vestida de esta guisa, por la noche y por la mañana. A mí me apetecía preguntarle si trabajaba en algún tipo de espectáculo y salía vestida del hotel para su trabajo, aunque yo me decantaba más por pensar que era una excéntrica, alguien que le apetecía hacer esa locura porque se lo podía permitir. Me quedé con las ganas de saberlo porque mi hija no me dejó preguntarle.
Llamé a unos amigos que vivían en Barcelona y nos llevaron por la noche a visitar la Sagrada Familia y nos hicimos unas fotos muy graciosas en los alrededores, sujetando las faldas como Marilyn Monroe en los respiraderos por donde pasa el metro, pero no las conservo porque las tiene elqueeramiamorparasiemprequesefueconotra y no me las ha devuelto. Estos amigos nos llevaron al puerto deportivo a cenar marisco y me llamó la atención el que los dueños de los restaurantes salieran a la puerta de sus locales a vocear sus productos. Mi amigo dominicano también me cuenta que en su tierra su padre voceaba para vender la carne, que allí se vocea todo lo que se vende, tal como aquí se voceaba antes el cupón de la ONCE y ahora apenas se hace. El dueño del restaurante era gallego y nos convenció para que probáramos sus viandas y entre chipirones y buey de mar nos iba enumerando pueblos de la costa asturiana que yo no era tan capaz de nombrar como él con aquella prodigiosa memoria geográfica y comercial. Recuerdo también que estaba sembrado de oro en brazos, cuello, manos, el marisco daba para mucho y los gustos de aquel hombre eran dorados.
Para ir a los desfiles teníamos que recorrer un tortuoso polígono donde todo estaba a una distancia de desierto. Los pies me dolían y tardábamos en encontrar dónde se desarrollaba cada desfile, pero una vez que llegábamos las azafatas me buscaban sitio para sentarme al ver mi dificultad para caminar, porque en Cataluña todo lo relacionado con la discapacidad está bastante más avanzado que en el resto de España.
El último día fuimos al desfile de Custo Barcelona, nos pasamos un montón de tiempo de pie en la calle, las modelos exhibieron las preciosas camisetas, los chaquetones, los vestidos subidas a una plataforma elevada por encima del suelo, en plena calle, mientras sonaba una música estridente y montones de gente joven miraba asombrada, charlaba, reía. Había unos chicos calvos, vestido s de negro, con aspecto de matones que te pedían a la entrada la identificación para poder entrar. Terminé matada de los pies, tuve que pedir que un cochecito eléctrico que pululaba por todo el polígono que me llevara a la entrada porque yo continuamente soñaba con la piscina de la azotea para tirarme a mis anchas y ponerme un albornoz blanco de aquellos que me hacían sentirme como una marquesa en el exilio. Recuerdo una niña alemana que debía estar con su madre y sus amigas que apenas podía moverse, sufría una paraplejia grave, y que disfrutaba mucho en aquella piscina.
Cuando nos marchamos, en el aeropuerto, recibí una alegría enorme: Estaba guardando la cola para incorporarme a la puerta de embarque y un mocetón guapete me dijo: "Ven, reina, no guardes cola, tú estás por encima de el Papa, de Juan Carlos y de Sofía, si ahora ellos vinieran ahora a embarcar aquí, tú entrarías antes que ellos por derecho". En Cataluña cuidan mucho de las prioridades que tenemos las personas con discapacidad. Entré en el avión con la autoestima más alta que el reactor, yo ya estaba por las nubes antes de que despegara el avión.
Y esta es la carta que me premiaron:


Los culebrones, mi madre y yo


Aunque ahora no soy una forofa de los culebrones, no puedo negar lo mucho que han aportado a mi vida. Mi madre me aficionó a ellos desde muy niña. Tres días a la semana yo tenía que ir a rehabilitación por padecer secuelas de la polio, y antes de coger el bus para recibir semejante tortura física, mi madre se enganchaba a la radio y escuchaba a todo trapo las penas y alegrías que les solían acontecer a las heroínas de Guillermo Sautier Casaseca. Aquellos actorazos de la radio (Matilde Conesa, Pedro Pablo Ayuso, Juana Gimzo) lograron que me apasionara lo dramático sin saber si estaba bien o mal escrito, pero, por supuesto, muy bien declamado. Mi madre es algo sorda y ponía la radio tan alta que los dramas se me grabaron hasta los tuétanos. Un día, camino del calvario de la rehabilitación las dos tuvimos ocasión de escenificar lo que escuchábamos por la radio: ella quería que le diera la mano para cruzar la calle y como yo me negaba me dio un manotazo en el culo, como esto me dolió tanto me puse a llorar y a patalear en el suelo como si me estuviera matando. Unas mujeres se asomaron a los balcones y me preguntaron que qué pasaba y yo les dije que esa mujer era mi madrastra, que mi madre se había muerto y que ella me maltrataba. Mi madre comenzó a gritar: “¡juro por Dios que es mi hija, que me ha salido de mis entrañas!”. Aquellas mujeres se quedaron con la duda de quién decía la verdad.
Los culebrones siempre me han dado qué pensar, siempre procuro proyectar los personajes sobre mí misma o sobre gente que me rodea, no concibo ver un culebrón y no reflexionar sobre qué me están mostrando del carácter humano.

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