Altiva

Cuando la recuerdo -pues ella forma parte de mis recuerdos, de mis seres queridos/odiados de lejos- la siento como algo inaccesible, imposible, como una garza, como un cisne, como una jirafa para un patito.
La recuerdo muy alta, pero posiblemente como mi memoria es de infancia por eso la vea muy alta, vestida de negro y con un collar de perlas blancas alrededor de su cuello de garza. Trataba de hablar "fino", como las gentes del país que la había acogido como emigrante, diciendo las palabras mal en su "idioma" y en el nuestro, pero queriendo quedar como triunfadora en el extranjero.
Su marido era bajito y redondo, creo que le llegaba por el hombro. Tal vez eran iguales de estatura, pero cuando un hombre bajito y redondo está con una mujer alta y delgada, aunque sea de su estatura, siempre parece más bajo, más redondo, menos todo, lo parece aunque no lo sea. Rememoro por los mensajes que mi madre me transmitía al hablarme de ella: que era mordaz, cotilla, callejera, caprichosa, pero sobre todo altiva. Para mí estaba en la montaña más alta, en el lugar más lejano, emocionalmente ausente. Ella huía de mí, huía de mis llantos, de mis exigencias. Se escondía por las callejuelas del pueblo pesquero para no encontrarme y por eso seguía siendo altiva. Eso me decía mi madre, que huía de mí y de mi hermano, que no nos quería cuidar nunca, que se resistía a darnos su compañía de princesa.
Recuerdo la frase que me enseñó para familiarizarme con la sorpresa:
-¿Sabes una cosa?
Yo con mi cara de asombro, esperando la magia de lo desconocido, le contestaba:
-¿Qué?
-Que tu culo huele a rosa.
Menos mal que no sólo su culo de princesa olía a rosa, yo, aunque plebeya, era también portadora de gases florales como su noble estirpe.
Ella era mi tía.

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