Lo sagrado de lo cotidiano

Todos los días al levantarme lo primero que hago es escuchar el silencio que me rodea, después abro la ventana y trato de percibir el canto de los pájaros, ellos me tranquilizan y a la vez me estimulan para empezar el día. La música de sus trinos me embelesa, me acompaña hasta llegar a la ducha. No tengo que poner la radio, ni enchufar los cascos, ni bajar del emule, ni poner un CD, los pájaros están ahí, gratis, cantando para nosotros, regalándonos sus gorjeos y alegrándonos la mañana.
El domingo después de desayunar decidí ir a la piscina a dar unos largos. Me dice la recepcionista que el vaso grande está cerrado, que sólo funciona el spa. Casi nunca utilizo el spa, porque una vez que utilicé el jacuzzi estuve metida entre sus burbujas estimulantes casi media hora y me pasé una semana con mareos del bajón de tensión que me provocó, así que se me quitaron las ganas de volver a utilizarlo. La verdad es que me lo pasé muy bien, pues mientras las burbujas me masajeaban estuve charlando con dos amigas y se nos pasó el tiempo volando. Dicen que los japoneses deciden muchos de sus negocios en este medio acuático, y no me extraña, pero a mí se me quitaron las ganas de volver a meterme en él después de estos mareos que me dieron. Esta vez decidí probar los chorros. Nunca había entrado a el vaso de la piscina pequeño, que es donde están los chorros, porque no tenía tiempo al dedicarme a nadar en la piscina y porque me parecía que no iba a poder entrar si no me ayudaba alguien, temía caerme o no encontrar la manera apropiada de acceder a ello. Me las ingenié para entrar en el vaso pequeño, cogí unos escalones flotantes que por su propio peso se hunden y así me pude apoyar en ellos para entrar en la piscina. En el vestuario unas mujeres me explicaron que el mejor chorro era el grande, que los otros hacían daño, así que me fui directamente al chorro grande, le di al botón y busqué la manera mejor de masajearme. Me puse boca abajo, me agarré al borde de la piscina y comencé a deslizarme debajo del chorro. Fue maravilloso, parecía que cien manos me daban masajes, por dentro de mi bañador se formaba una burbuja que lo levantaba y sentía el masaje por encima de mi piel. Me deslizaba hacia dentro y hacia afuera y el chorro me masajeaba desde la rodilla hasta la nuca. Salí de allí como nueva. Eso sí, aunque yo me movía y participaba de la estimulación de los masajes me di cuenta de que cuando nado la sensación de relajación es más profunda, tal vez porque hago unas respiraciones que me hacen soltar mejor mi negatividad, y porque creo que soy más activa y consciente, es decir, participo más en la actividad y eso hace que el efecto sea más fuerte. Esto lo aplico a mi vida, al estar más consciente de mis actos recibo más gratificación, estoy más viva que siendo más pasiva o esperando que los demás me den las cosas hechas.
Otra vez estoy recuperando el placer de fregar los platos. Me encanta sentir el agua en las manos. Hubo un tiempo en que el agua me hería, necesitaba poner guantes para fregar y utilizaba mucho el lavavajillas, pues no, ahora friego y cuando lo hago me ocurre como a Agatha Cristhie, que al parecer se inspiraba mientras fregaba los platos, pues a mí me ocurre igual, a la vez que friego debería tener un bolígrafo para escribir, sólo me queda el consuelo de que más tarde trataré de escribir todo lo que se me ocurrió mientras el agua me caía en las manos. También estuve tendiendo la ropa en la azotea que tengo arriba de mi casa. El olor de la ropa recién lavada, el coger las pinzas, estirarla, sentir el aire, sentir el sol, colocarla en las cuerdas, pensar que mis manos están sanas para hacer esa tarea, tomar conciencia de mi destreza para tender la ropa, pensar en las personas que no pueden hacerlo, yo misma hace unos meses no me sentía con fuerzas para hacerlo y ahora las he recuperado, a mi madre le encantaba subir a la azotea a tenderme la ropa y ahora ya no puede hacerlo.
Por la tarde me fui con mi hija a ver la final del campeonato de fútbol. Necesitaba compartir con la gente, sentir la energía de la gente, participar de algo ilusionante. Me lo pasé muy bien, no soy aficionada al fútbol, pero esto había que verlo, había que aplaudir, gritar, reírse. Rafa, el dueño del bar sacó un pulpo de su nevera y nos lo enseñó a todos los que estábamos allí cuando Iniesta metió el gol gritando: ¡Viva el pulpooo!
Por lo visto lo indultó.

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