Fragancias en el ascensor

Mi madre va todos los días a un Centro de Día. Cuando llega por la tarde hay que bajar a buscarla hasta el portal, ayudarla a subir los cinco escalones que hay hasta llegar al ascensor. Ese día bajó mi hija a buscarla. Entraron en el ascensor y mi hija pulsó el botón del primer piso, que es donde vivimos nosotras, pero el ascensor las llevó hacia el piso inferior, que es donde están los garajes, seguramente porque la otra persona que llamaba desde ese piso había solicitado antes el ascensor. Mi madre iba absorta en su mundo y seguramente pensaba que iba a llegar a su casa, no al piso inferior. Cuando se abrieron las puertas del ascensor apareció un vecino, que es ucraniano, un chaval de enorme estatura -debe medir casi dos metros- y mi madre que no se lo esperaba dio un grito: ¡Ahhhhhhh! El chico se puso algo colorado, también se asustó con el grito de mi madre, que a continuación cambió el grito por la risa y le empiezan a salir pedos a borbotones. Cuanto más se reía más pedos le salían. El muchacho éste, más alto que un pino viejo, cada vez se ponía más colorado y no se atrevía a echar mano a su nariz para aguantar la peste. Yo creo que rezaba en arameo para que se abrieran las puertas del ascensor. Cuando se abrieron yo los encontré de esta guisa: Mi hija agachada aguantándose las ganas de mear, mi madre riéndose y tirando pedos sin parar y el chico colorado como un tomate diciendo: ¡No pasa nada!

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