Gitano

La luz del sol es cegadora. Siempre que hace sol por las mañanas me da de pleno en la cara, también me despierta, me hace sentirme alegre y lleno de esperanzas en el día que está por transcurrir. Voy a ducharme, a preparar el café y a tomarlo con ese sabroso bizcocho preparado por mi madre. Ya no podría vivir sin empezar el día con estos deliciosos bizcochos cocinados con harina de escanda y huevos de aldea. Me dan seguridad de que comienzo el día bien nutrido, con los adecuados ingredientes de energía para poner en marcha mis proyectos. Hago mis ejercicios de Pilates para mantener mi cuerpo en forma. Me visto, cojo mi cámara de fotos y voy hacia la estación de metro. Estoy pensando en el nuevo trabajo que tengo in mente, no sé si seré capaz de llevarlo a cabo: Fotografiar a mil personas desnudas en la Casa de Campo. ¿Serán capaces de desnudarse mil personas, de forma gratuita, para hacerse una simple foto? Creo que llamaré a Catalina, siempre me ha sacado de apuros, me ha regalado sus ideas geniales para luchar contra mis inseguridades. Cuando me asaltan las dudas pensando que algo no me va a salir tal como me lo propongo, me parece escuchar la voz de mi madre:
-Eres un inútil, no vales para nada. El día que te parí debí haber parido un alacrán. Eso lo hago yo mejor con los dientes.
Catalina me dice que esas son las vocecitas esquizofrénicas del inconsciente que nos ponen a prueba para que nos digamos cuánto nos queremos a nosotros mismos y cuantas cosas buenas podemos hacer, es decir, llevándole la contraria a las vocecitas de marras.
¡Cómo confío en Catalina! Hasta tal punto confío en ella que dejé de utilizar calcetines blancos para vestir. Ella los llamaba los "lolailo" , decía que era de muy mal gusto verlos asomar entre los zapatos y los pantalones, como si en ese momento yo fuera palmero de un tablao flamenco. La gente me calificaría así cuando asomaran mis "lolailo", así que hice caso a Catalina y en mi vestuario ya no hay más "lolailos", ya nunca más.
Tendría que cambiar mi modelo de gafas, todavía resaltan mis ojeras. Creo que me compraré unas con los cristales ahumados, así me protegeré del sol -que me molesta tanto a veces- o compraré un corrector de ojeras, no sé si me saldrá más barato el corrector, bueno, se lo preguntaré a Catalina, ella lo sabe casi todo.¡Ya estamos, ya se me ha partido una uña, no puedo con estas uñas quebradizas!¡Menos mal que siempre llevo una lima en el bolsillo! No puedo aguantar que las uñas se me enganchen en todo lo que toco y no me dejen asir con suficiente destreza los objetos. Recuerdo en cierta ocasión que se me había quebrado una uña y yo estaba haciendo algo que casi nadie sabe -digo casi nadie, porque yo medio se lo he confesado a Catalina, ella algo sospecha, porque algunas prendas se las regalo a ella-, pues estaba robando ropa interior de mujer, sí, lo confieso, me gusta robar delicadas braguitas, espectaculares saltos de cama, sinuosos sujetadores de la talla 110. Lo guardo todo en una preciosa caja forrada de tela y atada con unas cintas de seda que tengo colocada en lo más alto de mi armario ropero. Esto me da un poco de vergüenza, pero aún me avergüenza más el pensar en la etnia a la que pertenezco: soy gitano, aunque nadie lo diría por lo blanco de mi tez y por mis ojos azules. Por eso nunca diré "me cago en tus muertos", ni en los míos, para los gitanos son muy importantes sus ancestros y el descanso de sus almas; por eso antes de acostarme siempre miro -desde mi casa hermosa y grande- para la colina donde están asentados los gitanos, que me recuerdan siempre mis orígenes humildes. La gente pobre, la que mendiga, me produce cierto respeto, pero soy incapaz de decirles nada, bueno, sí, me gusta saludarlos, darles un saludo afectuoso, caluroso, cuando paso al lado de ellos, sobre todo me ocurre con los mendigos cotidianos, los que veo todos los días, a ellos los suelo saludar con un "buenos días" lleno de calor. En cierta ocasión un mendigo ciego estaba en el suelo con un cartel que decía: "No tengo para comer", pero el cestillo que tenía para recoger las monedas apenas si portaba unos centimillos miserables, así que aproveché la ocasión y cogí la cartulina y escribí: "En Madrid es primavera y yo no puedo verla" y eso fue impactante. El cestillo se llenó de monedas grandes, medianas, de billetes. Aquel día y los siguientes ese hombre tuvo lo suficiente para comer y algo más. Ese día yo dormí tranquilo. Recuerdo que me acercaba a casa en mi coche y la luna iluminaba todo el tiempo mi camino. Me encanta conducir cuando hay luna llena, siempre conduzco con más seguridad, en esos momentos me gustaría ser poeta y declamarle unos versos de García Lorca:
La luna vino a la fragua
Con su polisón de nardos
El niño la mira, mira
El niño la está mirando
En el aire conmovido
Mueve la luna sus brazos
Y enseña, lúbrica y pura
Sus senos de duro estaño

¡Le diría tantas cosas a la luna!, musa de mis noches, cuando no puedo dormir porque me amenazan los monstruos que surgen de mis sueños, esos duendes de orejas puntiagudas, que salen de las telarañas de mi casa, en mis pesadillas y que vienen a robarme las fotografías que guardo de mi padre yaciendo con mi tía, la hermana de mi madre, las primeras fotos que hice con una cámara que me regalaron los curas cuando hice mi Primera Comunión...

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