Duelo

Estoy pasando un duelo amoroso. Trato de recomponer mi vida y de renacer. En un momento dado decidí ir a terapia porque había cuestiones que no acababa de superar. Hablé de muchas cosas con la terapeuta y ella me dijo también unas cuantas. Una parte de la terapia consistía en escribir una carta para despedirme de esta relación que en ocasiones me torturaba y me llenaba de tristeza. Me dijo que se trataba de lo que se llama una "carta blasfema", que si tenía costumbre de decir tacos, yo le dije que sí, que alguna vez suelto uno que otro, aunque me da por temporadas y hay veces que de repente no suelto ninguno y otras no paro de soltarlos.
-Bueno, pues tú escribes lo que te parezca, te desahogas a gusto y luego haces con la carta lo que quieras, la puedes enterrar, quemar, guardarla, lo que quieras, y si quieres insultar también puedes. Es para ti, no tienes que enseñarla a nadie si no quieres.
Un día se me metió en la cabeza que era la fecha de aniversario del día que nos habíamos conocido y entonces me animé a escribir la carta. Me sirvió muchísimo, me quedé como una seda, pero me di cuenta de que no había esgrimido ni un insulto. No era capaz de insultarlo, no me salía. Por una parte me parecía que no tenía por qué poner ningún insulto, pero por otra pensaba que no estaba mal para redondear el desahogo, así que sin más ni más decidí poner la palabra CABRON al final de toda la carta, así, en mayúsculas, sin ninguna explicación, sólo como adorno, como un acentillo, como una tildilla, como un punto y aparte. También escogí esta palabra entre otras muchas porque era una palabra que tenía vetada por mi ex pareja. Al ser él del sur, allí la utilizan como un insulto grave, sin embargo aquí en Asturias le damos un sentido más cariñoso, depende, desde luego, del tono empleado, pero siempre se utiliza la broma al expresarlo. Una amiga me contó que habían conocido a un italiano y que él se asombraba de lo continuamente que usaban esta palabra y que tanto le llamaba la atención que el día de su cumpleaños les preparó una tarta y puso en ella "cabronas", con dulzura y deleite, que es como la decimos aquí. No obstante, yo la escribí con mala leche, como la diría un malagueño, que es de donde es él, porque puestos a insultar, pues hacerlo de verdad.
Elegí la víspera de San Juan para quemar la carta, pero lo hice en mi casa, porque estaba tan cansada después de haber recorrido las fuentes para enramarlas que no tenía gana de ir a la hoguera. Cogí un cuenco de acero y puse la carta en él, encendí una cerilla y prendí fuego a la carta. La carta era de cuatro pliegos, que estaban plegados en un sobre. Comencé por una esquina, pero tuve que encender varias cerillas porque la carta no se quemaba del todo, luego pensaba coger las cenizas y llevarlas al jardín que hay enfrente de mi casa y extenderlas como si se tratara de las cenizas de un muerto. La carta no acababa de quemarse, otra cerilla más para acabar con la agonía de mi amor y de los cuatro papeles que quedaban en el fondo de mi hoguera casera y particular. La carta estaba doblada dos veces para que cupiera en el sobre, eran cuatro pliegos, ¿Cómo puede ser que al final y en el fondo del cuenco de acero inoxidable y rodeado de todas las cenizas emergiera como una esfinge un papelito que no se acababa de quemar y en el que se leía la palabra CABRON? Todo había quemado menos esa palabra. La vida es maravillosa, estos misterios son los que me mantienen viva y apasionadamente asombrada. Me rindo ante las cosas simples, me rindo ante la magia.

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